miércoles, 31 de enero de 2018

Lluvia

Una de las cosas más fascinantes que he escuchado en este mundo en el que vivimos es el sonido del agua. La lluvia al caer, las olas en su ir y venir, el fluir del río, incluso la bajante de un canalón cuando cae una buena llovizna es un sonido increíble.

Es casi hipnótico.

La atmósfera se vuelve densa y los sonidos parece que se propagan de manera mucho más clara cuando hay agua cerca, ya sea el mar, la lluvia o incluso la niebla.

Recuerdo una tormenta entre la niebla en la que no se divisaba nada más allá de dos metros y se escuchaban el retumbar de los truenos tras unos fogonazos que te dejaban a ciegas en una atmósfera extraña.

Recuerdo mirar durante minutos eternos, hasta que la lluvia torrencial cesaba, cómo se formaban charcos en el suelo sobre los que las gotas repiqueteaban con tanta fuerza que parecían ser pequeños animales de agua que saltaban saliendo del suelo para caer de nuevo al agua de otro charco, tras dar un salto mortal sobre la superficie, produciendo una nueva salpicadura rabiosa. Los pequeños diablillos transparentes del agua...

Recuerdo colocar las palmas de las manos sobre las olas del mar, saludando al líquido elemento en su llegada, despidiéndolo en su marcha, en dulce movimiento rítmico de mar calmo de verano.

Algo hay en el agua, que cada vez que cae, en esta casa, me recuerda aquellos años y veranos pasados con ella. El golpeteo de la lluvia sobre el techo del tejadillo del patio, las tormentas de verano, el calor del abrazo que hay en la mirada y las palabras de una abuela, que no se encuentra nunca cuando se va, pero que está en el agua.

Y en la lluvia que cae y repiquetea en el tejadillo de esta casa.

La echo de menos.

La siento cerca cada vez que llueve.


The Doors, Riders on the Storm

Etiquetas: