sábado, 29 de diciembre de 2007

No más carne para cenar

La primera vez que había visto pasar un avión tan bajo, resultó una experiencia espeluznante. Era un artefacto de grandes dimensiones y parecía que casi iba a rozar los tejados de los edificios. Primero llegó el sonido apabullante de los motores. Luego la sombra proyectada por aquel monstruo metálico que surcaba el cielo. Realmente daba miedo y sobre mi mente planeo la absurda idea del terror que se apoderaría de las gentes de países en guerra cada vez que sucedía un bombardeo. Era una idea estúpida, no creo que volaran tan bajos para arrojar su maléfica lluvia.
La siguiente vez no hubo ruido de motores, no hubo aviones volando bajo. Simplemente aquellos bulbos metálicos que aparecieron de madrugada estampados contra los tejados de numerosas construcciones en casi todas las grandes poblaciones. Era extraño. No había oído ni sentido nada que indicara la presencia de un bombardeo. Ni siquiera parecían bombas propiamente dichas, ya que simplemente eran una especie de gigantescas masas ovoides de color negro cuya acción se limitó a incrustarse contra las edificaciones.

Tenía miedo aunque la situación general no apuntaba al caos y la población seguía con su vida y sus quehaceres cotidianos como si nada hubiera pasado. Pequeños cortes eléctricos que pronto se restablecerían y algún que otro destrozo que se podría subsanar. Había personas en las terrazas disfrutando de sus reuniones de amigos y unas cervezas, sin preocuparse de que el edificio en que se encontraban albergara una de aquellas cosas incrustada. No había riesgos estructurales y dado el caso de los numerosos edificios afectados, cerrarlos para la reparación sería clausurar completamente la ciudad. Nadie aparentaba tener miedo alguno, pero una mano férrea me apretaba con fuerza el corazón. Tenía un sentimiento de angustia profunda por lo que había sucedido.

Luego llegaron los cortes de suministro eléctrico más duraderos y la vida normal se convirtió utópica. Con la falta de energía se pasó a la falta de alimentos, no por escasez si no porque casi todo lo no enlatado se estropeaba. No hubo más alimento fresco. Fue entonces cuando se admitió la situación por parte del gobierno y la posibilidad del cierre de las fronteras y de la declaración de situación bélica. En algunos lugares aun se podían ver televisores encendidos en las pocas horas en las que el fluido eléctrico era posible.

Solo una emisión que bombardeaba con las mismas imágenes de aquel fatídico día en el que aquellos artefactos silenciosos se empotraron contra las casas.

A los pocos días, las únicas emisiones eran un mapa de Europa con países tintatos de colores y una leyenda que refería como aliados sólo a un par de ellos. Todos los demás estaban en rojo y se sugería a la población con mensajes cortos la posibilidad del autoexilio antes de que las cosas fueran a mayores. ¿Pero qué era lo que sucedía? Sobre eso nadie decía nada.

Entonces comenzó el terror.

Nunca había pensado en que el portar un arma fuera una solución para nada, pero al acrecentarse la escasez de productos, al comenzar a aparecer viviendas vacías abandonadas a su suerte, surgió el pillaje y los actos de vandalismo se multiplicaron. Si había que tener algo para defenderse, este era el momento, pero un arma de fuego... Si ni tan siquiera sabía dónde podía obtener una...

La situación de huida hacia el exilio se acrecentó de tal manera que las fronteras se vieron saturadas y clausuradas. Todo el que no hubiera salido ya, no lo haría nunca.
La familia se había ido. Lo habían hecho con los primeros avisos. Pero yo no quería salir.

- ¿Que vas a hacer? ¿Dónde vas a ir? ¿De qué vivirás cuando lo que hay se acabe?
- No lo sé. Creo que voy a intentar llegar a las cuevas. Recuerdo que la despensa estaba llena allí abajo. Hay agua y comida para una larga temporada. Habrá que sellar la entrada desde dentro y ocultar los respiraderos al exterior.
- Ten cuidado.

Y así lo hizo cuando la situación se hizo insostenible. Había quemas de edificios, robos, asaltos a todo lo que se movía. Pero al igual que yo, nadie poseía armas de fuego y la munición portada era totalmente rudimentaria. Recurrí a la cocina: allí había cuchillos que asustaban a simple vista y que nunca pensé que hubieran de servir de arma defensiva. Ni siquiera sabía si podría llegar a defenderme si debiera de hacerlo, pero tal y como estaban las cosas, era la mejor solución.

Intentamos salir de allí juntos pero a la primera de cambio aparecieron los problemas. No había nadie por la calle hasta la llegada de la noche, salvo ellos. Nos indicaron una salida hacia un lugar indeterminado. Indudablemente no íbamos a delatar nuestra situación a más gente o las posibilidades de supervivencia se reducirían aun más. Al día siguiente cogimos el primer coche con combustible y lo encaminamos hacia la zona. No llegaríamos demasiado lejos. La gasolina no lo permitiría y tampoco sería demasiado aconsejable ir dejando señales de presencia alguna.

Al llegar y comprobar que no había nadie en los alrededores, o al menos eso parecía, procedimos ocultar en todo lo posible los respiraderos de la cueva. Era una de esas bodegas castellanas excavadas en el suelo a relativa profundidad. Pasaba desapercibida al parecer abandonada y estar su entrada compuesta por un simple agujero sin escalera alguna. Descendimos con cuidado y sellamos la entrada provocando un derrumbe. No sé cómo saldríamos de allí cuando todo hubiera pasado pero había un par de palas en los oscuros habitáculos.
Pasaron los días sin noticia alguna de absolutamente nada. Las paredes transmitían vibraciones débiles unas veces, otras más fuertes. ¿Señales de combates?
Y entonces comenzaron las dudas. ¿En guerra con quién? Nada de lo que había pasado implicaba lógica alguna. No se habían visto ejércitos, no se había oído absolutamente nada el día que todo comenzó...

Y una noche, o quizás era de día, lo comprendimos todo: claramente se había declarado una guerra contra la población civil, pero nada era real. El control de la población a través de los medios de masas había alcanzado tal nivel que el mero hecho de anunciar un suceso, hacía que se asimilara como real. Por eso no hubo ruidos, ni aviones, ni ejércitos. Por eso la vida continuaba su curso normal los primero días hasta que el histerismo colectivo se declaró como la batuta que dirigía la situación.

Volvía a tener el corazón en un puño y un dolor tremendo en la boca del estómago. Habían pasado varios meses. Quizás todo hubiera vuelto ya a su cauce.

- Saca las palas, habrá que intentarlo. Ya casi no quedan provisiones.

Cavamos. Cavamos hasta la extenuación más absoluta, hasta no tener fuerzas para mover ni siquiera la pala vacía y un profundo sopor se apodero de nosotros.

Cuando conseguí salir de aquel sueño, aun notaba el cansancio en todo el cuerpo. No sabía cuánto había dormido pero tenía un dolor profundo en el pecho, el miedo seguía acompañándome. Pero algo había cambiado: me encontraba en mi habitación, en mi propia cama. La luz entraba por la ventana y escuchaba las voces de la familia al otro lado de la puerta...
Me levanté corriendo y me asome a la ventana. Nada. Todo era perfectamente normal. No había artilugios incrustados en los tejados, no había caos en las calles. Todo parecía haber sido un sueño.
Sentía unas ganas imperiosas de reconciliación. La estancia en la cueva me hizo pensar en todo lo absurdo de las situaciones acontecidas, riñas por motivos estúpidos, malas palabras... Necesitaba enmendarlo todo presa de un sentimiento enorme de pesar por el pasado.

Salí a la calle, encaminando los pasos hacia el parque para comprobar que realmente todo seguía igual y a dos calles de llegar al mismo comencé a escuchar los sonidos de un motor. Luego llego su sombra: era el avión que había presenciado aquella primera veces y de nuevo volvía a pasar en vuelo casi rasante.

Debía de ser una simple coincidencia pero volvía a tener aquella sensación atenazadora en el pecho y en el estómago y en aquel preciso instante lo decidí. Nunca más iba a volver a tomar carne para cenar: produce pesadillas.

Pero da miedo el sólo hecho de pensar que ese control de la población a través de los medios es real y late como el corazón de un animal oculto a la espera de su presa...

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2 Comments:

Blogger Guti said...

Inquietante. Pero cierto.

Si no es un sueño, tiene toda la pinta :-) En cualquier caso, está muy logrado.

2 de enero de 2008, 9:31  
Blogger Hiroshige said...

Gracias, es medio un sueño (producto de una parrillada de carnes para cenar que me dejó un poco de la manera y me dio el título) y un final añadido para que quedase como una historia. Casi me da un pasmo cuando desperté recordando todo eso. Me resulta increíble que la gente no recuerde lo que sueña cuando a mi me pasa tantas veces. Debe ser por dormir mal que despiertas demasiado cerca del famoso rem.

2 de enero de 2008, 20:32  

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