El año del caballo aun pervive
Así son las cosas. Cuando pensábamos que todo aquello había pasado, que el yonki de barrio chungo dado al abandono había sido sustituido por el yonki de diseño, resulta que todo es mentira. Nos vendieron la moto de que aquello fue una situación ligada a la crisis de los 80, que con el desmantelamiento industrial, el paro y la falta de futuro, la situación propició la caída de algunos jóvenes en la drogas de vena, pero todo eso es mentira. Hoy, dos décadas después, resulta que en el seudo parque de mi barriada, bajo un seto, al lado de un banco donde diariamente se sientan jubilados y madres con críos pequeños, entre la mugre habitual de quienes no recogen los regalitos de sus perros porque es más cómodo dejarlo en el asco de jardinillo al que estamos acostumbrados, hay -porque nadie lo quita- un rollo de papel albal, una cuchara y un bote de amoníaco. Supongo que bastará con apartar eso para encontrar las jeringuillas. No es que me motive el andar revolviendo mierda de ese calibre, que ese trabajo deberían de hacerlo otros que en teoría velan por la seguridad de la población, es que ni siquiera está oculto. Está ahí, a la vista de todos los ciegos que caminan por la calle haciéndose pasar por videntes. No sé por la seguridad de quién velará quién, pero por la de Asturias no vela nadie, pese a quien pese el decir que la delincuencia baja y todas esas chuminadas. Será de otra Asturias porque de esta... va a ser que no.
No es la primera vez que este año, por cualquier sitio, se encuentran cosas parecidas: en Oviedo en plena Campomanes ya vi dos jeringuillas tiradas en medio la calle, al igual que la última vez que fuí al Milán en el puñetero centro de la facultad había otras tantas.
No, no se acabó el meterse por la vena, si no que revive ahora, 20 años después, cuando se supone que somos nosotros los que llevamos el mundo, los que tenemos mi edad, la generación concienciada ante ese tipo de problemas hemos aprendidos gracias a mil campañas a prevenir la drogadicción. Pero qué se puede esperar de las nuevas generaciones, las que mal llamo subproductos de la ESO, que lo primero que descubrieron cuando aun no sabían ni leer fueron las puñeteras drogas de diseño y que llevan años jartándose a pastillas. Esta claro que algún día tenían que buscar algo más fuerte que meterse y como dicen los periódicos -no se sabe si en apología de la drogadicción de alto estatus social- ahora que una ralla vale dos cafés, no sería extraño que volviese el caballo a galopar por cualquier calle. Que pena tanta inconsciencia. Parece que estamos ciegos antes los estragos causados que tenemos que probarlos en nosotros mismos...
No es la primera vez que este año, por cualquier sitio, se encuentran cosas parecidas: en Oviedo en plena Campomanes ya vi dos jeringuillas tiradas en medio la calle, al igual que la última vez que fuí al Milán en el puñetero centro de la facultad había otras tantas.
No, no se acabó el meterse por la vena, si no que revive ahora, 20 años después, cuando se supone que somos nosotros los que llevamos el mundo, los que tenemos mi edad, la generación concienciada ante ese tipo de problemas hemos aprendidos gracias a mil campañas a prevenir la drogadicción. Pero qué se puede esperar de las nuevas generaciones, las que mal llamo subproductos de la ESO, que lo primero que descubrieron cuando aun no sabían ni leer fueron las puñeteras drogas de diseño y que llevan años jartándose a pastillas. Esta claro que algún día tenían que buscar algo más fuerte que meterse y como dicen los periódicos -no se sabe si en apología de la drogadicción de alto estatus social- ahora que una ralla vale dos cafés, no sería extraño que volviese el caballo a galopar por cualquier calle. Que pena tanta inconsciencia. Parece que estamos ciegos antes los estragos causados que tenemos que probarlos en nosotros mismos...
Etiquetas: crónica social, república bananera, salud pública
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