Compartimentos ya ocupados
El viaje prometía ser realmente largo y aburrido, así que la mayor parte de los viajeros, si no todos, escogían el sueño hipnótico inyectable como un plus más que se incluía junto con el departamento en el transbordo. Sólo unos pocos, los menos, preferían ser conscientes del traslado de un punto a otro en aquel pequeño habitáculo. Para ellos se había improvisado en los primeros años de la experiencia una zona común con servicios de alimentos y bebidas y un servicio de distribución a los cuartos que demostró ser posteriormente bastante más eficaz. Para los demás, simplemente un suero intravenoso y una cama con soporte vital en frío y cinturones de seguridad para asegurar al pasajero en caso de fluctuaciones viarias.
El trayecto era excesivo para cualquiera. Mil estaciones con mil paradas a lo largo de varios años de velocidad extrema y pequeñas transiciones al más puro estatismo apenas sentidas por los ocupantes del transporte en su sueño artificial.
El primer noctámbulo accedió en la estación principal. Pensando que todo lo que había visto hasta el momento no merecía la pena, decidió encontrarse consigo mismo en aquel viaje y renunciar al sueño estático, esperando quizás que encontraría algo que pudiese demostrarle realmente quién era antes de llegar a su destino. Fue acomodado en uno de los departamentos de carga personal. Era un cubículo casi de lujo en comparación con las estaciones de soporte. Un asiento reclinable y una cama como las de los otros departamentos. La zona había sido ideada para el transporte de personajes importantes que requerían de la presencia de un asegurador de vida que ocuparía el sillón. Ahora estas personas ya no viajaban en estos medios y se alquilaban a precio similar a los normales pero cuando la situación era similar a la actual. Alrededor, todo estaba vacío cuando nuestro personaje accedió por primera vez a su morada para los próximos años.
Pasaron las estaciones y la lentitud relativa de la nada fue dando paso a una explosión personal del ocupante. De sus maletas comenzaron a surgir las ideas de situaciones pasadas a las que no había querido renunciar y que llevaba consigo a su nueva patria. Poco a poco, todo se fue llenando de elementos incoherentes y sin apenas sentido para cualquiera que observase la escena desde fuera. Pero para el habitante todo era compañía en aquella aventura solitaria y paulatinamente sus fantasmas se fueron apoderando del cuarto, salvo el espacio para la apertura de la puerta, un modelo antiguo que giraba sobre goznes con abertura hacia el interior, y la cama donde las horas pasaban entre lecturas y divagaciones solitarias...
Una parada intermedia aportó media docena más de pasajeros de los cuales cinco ya llevaban tiempo sondados y sumidos en mundos oníricos de artificial producción. Fueron ascendidos al transporte como si de bultos de carga se tratase y enchufados en sus correspondientes camas soporte. El sexto llegó en el último momento cuando ya no quedaba espacio libre que garantizase una correcta transición hasta el fin del trayecto. Daba igual. Prefería sufrir las incomodidades de ver los años pasar que ignorar el paso del tiempo y despertarse envejecido y sin saber dónde había desperdiciado aquellos momentos. A regañadientes del médico acomodador y tras pagar un sobrecosto del billete destinado a cubrir las partidas alimentarias extra que consumiría en la vigilia no controlada, ascendió al elemento móvil y tras saber ni siquiera cual sería su lugar, sintiendo cómo las puertas se cerraron tras de si con un chasquido metálico y profundo. Una leve sacudida indicó que ya se habían puesto en marcha.
- Trae poco equipaje para el destino que ha escogido -preguntaba el médico acomodador.
- Sí, son pocas las cosas que han demostrado ser válidas para el cambio, y sólo traigo unos volúmenes para el entretenimiento durante el viaje -respondió el nuevo pasajero.
- Discúlpeme unos momentos. Buscaré un lugar para ubicarlo.
A los veinte minutos el único lugar libre encontrado había resultado ser un asiento reclinable en un compartimento de carga ocupado ya por un pasajero.
- No importa. Poco podremos molestarnos teniendo en cuenta su sueño y mi lectura.
- No es un durmiente, pero es lo que queda. Procederé pues a rellenar los formularios oficiales de aposentamiento que se requieren para un caso como este -dijo el médico acomodador mientras se alejaba por el pasillo destino al compartimento de comunicaciones.
El led verde parpadeó dos veces indicando la presencia de alguien frente a la puerta y esta se abrió. Hacía tiempo que nadie acudía a este lugar salvo los medios automatizados que proveían de las raciones diarias de alimentos y bebida adecuadas para la supervivencia pero a estos no se les podía considerar como alguien de ninguna de las maneras dado su origen mecánico. Dos veces al día, una ranura se abría y una bandeja aparecía y desaparecía tras ser devuelta sin su contenido. Pero hoy era diferente. Era el médico acomodador que había visto el primer día al subir al iniciar el viaje quien se encontraba frente a la puerta.
- Señor, veo que se ha acomodado a su espacio, pero temo importunarle. Las medidas redactadas en el libro de leyes de abordo nos obligan a tener que ocupar todos los lugares destinados a viajeros en todos los compartimentos y este es el único lugar libre. Si no le molesta, tendrá compañía hasta el final del trayecto. ¿Le importaría dejar un hueco entre todas sus cosas? El pasajero ya está aquí...
De mala gana el ocupante primigenio vació el asiento de recuerdos y amontonó todas las cosas que increíblemente habían ocupado el espacio interno de sus maletas en lo que parecía más los restos de un desastre que una vida completa y ordenada.
- Esperaba algo más sencillo y un compañero durmiente -dijo el nuevo pasajero mirando a su alrededor y al ajado huésped que compartiría su viaje.
- Yo esperaba una camilla con un cadáver a resucitar al final del trayecto. Al menos la compañía podrá resultar habladora en determinados momentos, aunque las palabras muchas veces sobran.
El nuevo habitante se acomodó en una pequeña esquina lamentando el hecho de llegar tarde o haber escogido siempre líneas sin el soporte onírico. Pasaron los días y no había comunicación entre ambos. Sólo la progresiva ocupación del pequeño territorio circundante por la montaña de recuerdos del huésped primigenio en su intento de recuperar sus recuerdos perdidos. El segundo viajero pensó que para hacer más llevadero el viaje había incluido en su repertorio de carga una serie de libros que lo podrían entretener y comenzó a sacarlos y desplegarlos a la vista para poder escoger con mayor visión qué era lo que se disponía a leer y al colocar una de sus pequeñas ataduras de papeles sobre un objeto del otro huésped, este pareció enloquecer y comenzó a lanzar los papeles del recién llegado contra la pequeña esquina vacía donde se ubicaba el sillón reclinatorio. Estupefacto y con las facultades mentales aun a salvo de los males de la inercia y la presión del aire contenido entre aquellas pequeñas cuatro paredes, el nuevo visitante lo comprendió todo. Demasiados años viajando sólo habían hecho del otro un animal acostumbrado a su espacio, marcado e identificado como propio, y nada, ni siquiera la cordura haría que aquel ser antes humano fuese capaz de razonar sobre la situación pasajera en que se encontraban.
El segundo huésped pidió disculpas silenciosamente mientras recogía sus hojas atadas y desperdigadas, saliendo por la puerta en busca del médico acomodador.
Lo encontró en el departamento cercano al acceso donde se encontraba la zona pública y de comunicaciones. Todo allí era de un blanco anodino e impoluto, dispuesto todo para el inicio o la persistencia de un sueño triste.
- Disculpe, ¿podría reservarme un billete con salida para el siguiente vehículo en la próxima estación donde este tenga parada?
- Con mucho gusto señor. ¿Sueño inducido esta vez?
- Sin duda, mejor que sea profundo.
El trayecto era excesivo para cualquiera. Mil estaciones con mil paradas a lo largo de varios años de velocidad extrema y pequeñas transiciones al más puro estatismo apenas sentidas por los ocupantes del transporte en su sueño artificial.
El primer noctámbulo accedió en la estación principal. Pensando que todo lo que había visto hasta el momento no merecía la pena, decidió encontrarse consigo mismo en aquel viaje y renunciar al sueño estático, esperando quizás que encontraría algo que pudiese demostrarle realmente quién era antes de llegar a su destino. Fue acomodado en uno de los departamentos de carga personal. Era un cubículo casi de lujo en comparación con las estaciones de soporte. Un asiento reclinable y una cama como las de los otros departamentos. La zona había sido ideada para el transporte de personajes importantes que requerían de la presencia de un asegurador de vida que ocuparía el sillón. Ahora estas personas ya no viajaban en estos medios y se alquilaban a precio similar a los normales pero cuando la situación era similar a la actual. Alrededor, todo estaba vacío cuando nuestro personaje accedió por primera vez a su morada para los próximos años.
Pasaron las estaciones y la lentitud relativa de la nada fue dando paso a una explosión personal del ocupante. De sus maletas comenzaron a surgir las ideas de situaciones pasadas a las que no había querido renunciar y que llevaba consigo a su nueva patria. Poco a poco, todo se fue llenando de elementos incoherentes y sin apenas sentido para cualquiera que observase la escena desde fuera. Pero para el habitante todo era compañía en aquella aventura solitaria y paulatinamente sus fantasmas se fueron apoderando del cuarto, salvo el espacio para la apertura de la puerta, un modelo antiguo que giraba sobre goznes con abertura hacia el interior, y la cama donde las horas pasaban entre lecturas y divagaciones solitarias...
Una parada intermedia aportó media docena más de pasajeros de los cuales cinco ya llevaban tiempo sondados y sumidos en mundos oníricos de artificial producción. Fueron ascendidos al transporte como si de bultos de carga se tratase y enchufados en sus correspondientes camas soporte. El sexto llegó en el último momento cuando ya no quedaba espacio libre que garantizase una correcta transición hasta el fin del trayecto. Daba igual. Prefería sufrir las incomodidades de ver los años pasar que ignorar el paso del tiempo y despertarse envejecido y sin saber dónde había desperdiciado aquellos momentos. A regañadientes del médico acomodador y tras pagar un sobrecosto del billete destinado a cubrir las partidas alimentarias extra que consumiría en la vigilia no controlada, ascendió al elemento móvil y tras saber ni siquiera cual sería su lugar, sintiendo cómo las puertas se cerraron tras de si con un chasquido metálico y profundo. Una leve sacudida indicó que ya se habían puesto en marcha.
- Trae poco equipaje para el destino que ha escogido -preguntaba el médico acomodador.
- Sí, son pocas las cosas que han demostrado ser válidas para el cambio, y sólo traigo unos volúmenes para el entretenimiento durante el viaje -respondió el nuevo pasajero.
- Discúlpeme unos momentos. Buscaré un lugar para ubicarlo.
A los veinte minutos el único lugar libre encontrado había resultado ser un asiento reclinable en un compartimento de carga ocupado ya por un pasajero.
- No importa. Poco podremos molestarnos teniendo en cuenta su sueño y mi lectura.
- No es un durmiente, pero es lo que queda. Procederé pues a rellenar los formularios oficiales de aposentamiento que se requieren para un caso como este -dijo el médico acomodador mientras se alejaba por el pasillo destino al compartimento de comunicaciones.
El led verde parpadeó dos veces indicando la presencia de alguien frente a la puerta y esta se abrió. Hacía tiempo que nadie acudía a este lugar salvo los medios automatizados que proveían de las raciones diarias de alimentos y bebida adecuadas para la supervivencia pero a estos no se les podía considerar como alguien de ninguna de las maneras dado su origen mecánico. Dos veces al día, una ranura se abría y una bandeja aparecía y desaparecía tras ser devuelta sin su contenido. Pero hoy era diferente. Era el médico acomodador que había visto el primer día al subir al iniciar el viaje quien se encontraba frente a la puerta.
- Señor, veo que se ha acomodado a su espacio, pero temo importunarle. Las medidas redactadas en el libro de leyes de abordo nos obligan a tener que ocupar todos los lugares destinados a viajeros en todos los compartimentos y este es el único lugar libre. Si no le molesta, tendrá compañía hasta el final del trayecto. ¿Le importaría dejar un hueco entre todas sus cosas? El pasajero ya está aquí...
De mala gana el ocupante primigenio vació el asiento de recuerdos y amontonó todas las cosas que increíblemente habían ocupado el espacio interno de sus maletas en lo que parecía más los restos de un desastre que una vida completa y ordenada.
- Esperaba algo más sencillo y un compañero durmiente -dijo el nuevo pasajero mirando a su alrededor y al ajado huésped que compartiría su viaje.
- Yo esperaba una camilla con un cadáver a resucitar al final del trayecto. Al menos la compañía podrá resultar habladora en determinados momentos, aunque las palabras muchas veces sobran.
El nuevo habitante se acomodó en una pequeña esquina lamentando el hecho de llegar tarde o haber escogido siempre líneas sin el soporte onírico. Pasaron los días y no había comunicación entre ambos. Sólo la progresiva ocupación del pequeño territorio circundante por la montaña de recuerdos del huésped primigenio en su intento de recuperar sus recuerdos perdidos. El segundo viajero pensó que para hacer más llevadero el viaje había incluido en su repertorio de carga una serie de libros que lo podrían entretener y comenzó a sacarlos y desplegarlos a la vista para poder escoger con mayor visión qué era lo que se disponía a leer y al colocar una de sus pequeñas ataduras de papeles sobre un objeto del otro huésped, este pareció enloquecer y comenzó a lanzar los papeles del recién llegado contra la pequeña esquina vacía donde se ubicaba el sillón reclinatorio. Estupefacto y con las facultades mentales aun a salvo de los males de la inercia y la presión del aire contenido entre aquellas pequeñas cuatro paredes, el nuevo visitante lo comprendió todo. Demasiados años viajando sólo habían hecho del otro un animal acostumbrado a su espacio, marcado e identificado como propio, y nada, ni siquiera la cordura haría que aquel ser antes humano fuese capaz de razonar sobre la situación pasajera en que se encontraban.
El segundo huésped pidió disculpas silenciosamente mientras recogía sus hojas atadas y desperdigadas, saliendo por la puerta en busca del médico acomodador.
Lo encontró en el departamento cercano al acceso donde se encontraba la zona pública y de comunicaciones. Todo allí era de un blanco anodino e impoluto, dispuesto todo para el inicio o la persistencia de un sueño triste.
- Disculpe, ¿podría reservarme un billete con salida para el siguiente vehículo en la próxima estación donde este tenga parada?
- Con mucho gusto señor. ¿Sueño inducido esta vez?
- Sin duda, mejor que sea profundo.
Etiquetas: fábula, frustraciones
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