miércoles, 12 de septiembre de 2007

Certeza de la muerte próxima

Ya está. Hace dos meses escasos que lo llevaron al hospital. Un mes que quedó ingresado, 15 días con morfina y dos días totalmente sedado. Era metástasis y no había nada que hacer. Era fuerte. La agonía prometía ser larga, pero no. Gracias a algo, sólo fueron dos días.

Todos tenemos en nuestro saber el haber perdido a alguien, más lejano, más cercano. El haber visto sus últimos días, sus últimas palabras, su último aliento, su aceptación. Y es que no hay nada que hacer una vez que la certeza de la muerte próxima es la única existente. Lo aceptas y ya está. Mueres como vives, con rabia o con tristeza, con ira o simplemente como un capítulo más de tu vida: el último.
Muchos son los testimonios del reflejo de una vida famosa en el momento del deceso, pero ¿cuáles son reales y cuáles parte de la leyenda cuando alguien así fenece? Sin embargo, los anónimos son los que más marcados quedan, los reales, los últimos instantes tristes si había algún tipo de vínculo con la persona, sus palabras y su imagen. La más dolorosa de todos en algunos momentos.

Pero nada queda y nada hay más cierto que el famoso dicho latino del carpe diem, porque luego... se acabó.

Hace muchísimos años leí una historia en un libro de texto que no creo que olvidaré nunca. Aun me pregunto cómo algo así podía ir en un libro escolar...

Era una pareja joven y con un gran amor mutuo. Ella enfermaba gravemente pasando una larga temporada postrada y junto a ella, él. Una noche cuando la mujer dormía en su enfermedad, una vieja dama vestida de negro surgió ante la pareja y él, asustado, le preguntó a la anciana si era la muerte que venía a buscar a su esposa. La dama le pidió al hombre que la acompañara.
Entraron en una habitación llena de velas, de todos los tamaños, consumidas unas, otras a punto de consumirse, unas recién encendidas, otras sin encender. Y la anciana le dijo al hombre que aquellas velas representaban las vidas de la gente. Las que estaban prácticamente enteras o sin encender eran vidas jóvenes o niños por nacer. Las consumidas pertenecían a los que ya se habían ido. Entonces el hombre preguntó señalando a una vela con escasa mecha a punto de apagarse: "entonces, ¿esta es la de mi esposa?" y con el aire movido por su brazo al señalarla, la vela se apagó mientras él caía al suelo muerto y la dama vestida de negro decía "no, esa es la tuya. La de tu esposa es esta otra de aquí" señalando una vela prácticamente entera.
A la mañana siguiente llegó el médico a la visita rutinaria y encontró a la mujer como si nunca hubiera estado enferma y al marido sentado en una silla a su lado, muerto en la flor de la vida.


¡Qué sabias palabras las de "aprovecha ahora que luego lo tienes claro", vieya!

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4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Es en esos momentos en los que dices, ¡y encima tendremos que dar gracias a dios! Es siempre lo que se me pasa por la cabeza cuando nos consolamos con que la persona no haya sufrido. Sin embargo, sí que se agradece.

Vi sufrir a mi abuelo toda mi infancia, 14 largos años, y ya llevaba enfermo otros tantos. Era una vela que seguía encendida aunque ya no hubiese cera. Por eso, es mejor pronto que tarde.

13 de septiembre de 2007, 13:43  
Blogger Hiroshige said...

Sí, una de mis welas apareció a la mañana siguiente. Se quedó mientras dormía. Sospecho que es lo mejor que te puede pasar en esta vida.

14 de septiembre de 2007, 16:28  
Anonymous Anónimo said...

Eso es lo que desea mi abuela, aunque siempre dice que le daría pena no saber cuando despedirse...

15 de septiembre de 2007, 14:02  
Blogger Hiroshige said...

Más motivos para vivir cada día como si fuese el último. Puede parecer una burrada, pero es lo mejor que se puede hacer para disfrutar. La mía sabía perfectamente que se iba. Una pena tremenda que ni te imaginas.

16 de septiembre de 2007, 18:43  

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