martes, 8 de enero de 2008

Cuestión de dádivas

Atención: la presente entrada puede herir sensibilidades, pero recuérdese que es una simple opinión personal y cada uno tiene la suya propia.

Dice la RAE de la dignidad, entre otras cosas:

(Del lat. dignĭtas, -ātis).

1. f. Cualidad de digno.

2. f. Excelencia, realce.

3. f. Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse.

Pero a mi me entran muchas dudas sobre a quién o qué situaciones aplicar el adjetivo de digno que deriva de esta palabra.

Puede tacharse a mis pensamientos de frívolidades derivadas de una mente acomodada proletaria urbana, pero tengo dudas. Pienso que en realidad deriva de eso que se dice tanto de que pagan justos por pecadores. ¿De qué hablo? De la pobreza cotidiana que esta presente en todas las calles de cada una de las ciudades.
Sales y en cada esquina, en cada recoveco hay una persona que pide. Unos piden para vivir, otros piden porque tienen familia que mantener y no tienen trabajo; unos lo hacen a grito pelado, otros con un silencioso cartel apoyado contra sí mismos o colgado de su cuello; unos ni siquiera te miran mientras pasas a su lado, otros te persiguen allá donde vayas sin dejar de tirarte de la ropa. Otros incluso gimen de rodillas mientras intentan cogerte de la que pasas.

Quien no los haya visto, es que no quiere verlos, pero eso no impide que estén ahí.

Desde hace años tengo por costumbre el no dar nada a absolutamente nadie, por muy mal que sea la situación que presente. Que mala persona soy, pensarán algunos, pero tengo mis motivos para no hacerlo: la última vez que di "una limosna" -que gran eufemismo de palabra- fue a dos mujeres situadas a la puerta de un supermercado. Era invierno e iban descalzas. Lo recuerdo porque siguen apareciendo en el mismo lugar de vez en cuando. Una de ellas llevaba un crío en brazos del que nunca escuché una sola voz, un gemido, un lloro, una nada.

- Señora, deme algo. -Metí la mano en el bolso y le dí los 10 céntimos que tenía, -qué tacaña, ¿por qué no le dio un billete?- a lo que aquella mujer llena de mugre de pies a cabeza respondió con un:
- ¿Y qué hago con esta mierda?- mientras proseguía llamándome desde zorra a hija de puta, hasta que doblé la esquina y dejé de escucharla. Si cada persona que entra y sale de aquella tienda le diese 10 céntimos, al cabo del día serían bastantes euros...

Muchas veces cuando paso por el mismo lugar, sucede lo mismo, sólo que en esta ocasión directamente ya no doy nada a nadie.

Luego está el típico que te para por la calle y directamente ya no te pide una ayuda, si no que te exige un par de euros. Y luego están los que te pican a la puerta sin cesar. Lo de estos es tremendo.

- Ábrame.
- ¿Quién es?
- Soy la pobre que viene otras veces.

Y te queda una cara de idiota increíble. Rutina de pedigüeña. Ya lo tengo visto otras veces: una anciana da algo a uno y va todas las semanas, picando única y exclusivamente a esa señora. Otro:

- Abra la puerta.
- ¿A dónde va?
- Pues exactamente no voy a ningún sitio.
- Pues si no va a ningún sitio, no espere que le abra.

¡Qué borde y mala persona! Sí, pero tengo mis bases para ser así.

Pienso que la pobreza no es un motivo para la desidia y ser pobre no es un permiso especial para hacer de tu capa un sallo, acumular mugre sobre ti o llamar hijo de puta al primero que no te abre la puerta o no te de dinero. Indudablemente la pobreza puede ser un billete directo al desarraigo, pero estos que nos acosan, no sólo ya en la calle si no también en nuestra propia casa, ¿son realmente pobres? El desarraigo sin pobreza no es un hecho raro ni aislado.

Salen los típicos reportajes en la caja tonta tan sumamente de moda de ir de lo más y entrevistar a sin techo y similares, y sale un tío que dice que no quiere trabajar porque gana más pidiendo en la calle. No se puede creer toda la mierda que sale en la tele, pero indudablemente se gana más pidiendo que dando.

En la calle, el yonki de turno, totalmente destrozado, que todos los días te alarga la mano de la que pasas a ver si le das algo. Al volver de nuevo, encuentras su sitio vacío, pero hay algo que ha dejado: monedas de céntimo. Hay días que en grandes cantidades. Otros que piden y van vestidos con ropas que tú ni siquiera pensarías en comprar. Y vuelves a cuestionarte la pobreza.
Un día viene otro pidiendo porque tiene hambre. Le haces un bocadillo y al salir de casa encuentras el bocadillo tirado al bajar las escaleras. Y con todo esto, es para preguntarse de qué son pobres o si realmente son pobres. Pero ¿qué coño es ser pobre?

Yo tengo un cobijo, alimento, ropa para vestir e indudablemente algunos vicios subvencionados. No tengo dinero porque no tengo trabajo y si cuento con dos duros para tomar un café fuera, no es mío. Prefiero tomar el café en casa que tener que pedir para él. Prefiero ir a la biblioteca que tener que pedir dinero para comprar un libro.
No soy pobre. No me considero pobre y sin embargo, si hubiera de mantenerme por mi misma, no tendría acceso a nada de lo elemental: ni casa, ni comida, ni ropa.

¿Realmente se debe de considerar como pobres a esta gente que te pide dinero a cara de perro y te insulta cuando no se lo das? Si realmente tuvieras necesidades, ¿no aceptarías comida o pedirías ropas o asilo?
Decir que esta actitud es indigna sería pasarse cuatro pueblos porque no se puede calificar como digno o indigno algo sin tener una visión completa de una determinada situación, pero no decir que a las señoras de la puerta del supermercado, que no aceptan céntimos mientras que te insultan, no me apeteció más de una vez darles cuatro hostias en lugar de los euros que te piden, sería ser muy hipócrita.

Sin embargo, ahí están los que realmente viven en la pobreza y que te cruzas con ellos por la calle y no sabrías que no tienen apenas recursos para sobrevivir. Hablo de todos estos que aparecen en noticiarios como detenidos por venta de artículos falsificados y material audiovisual del tan asíduamente denominado pirata. De esos que viven a tu lado y que no les llega para comer. Están por todas partes y nunca te pedirán dinero. Intentarán vender su mercancía, pero no pedirán dinero. Intentarán darte su fuerza de trabajo a cambio de un precio módico pero nunca te exigirán dinero gratuito.
También están los que ofrecen música, que con un instrumento, aunque ni siquiera lo toquen y sea una radio que tienen al lado lo que suena, tampoco exigen dinero. Sólo están ahí de la que pasas, esperando, siendo los dignos merecedores del más absoluto de los respetos.

Puedo ser demasiado cruel al pensar todo esto, al intentar hacer una distinción dentro del mundo de la pobreza con una mirada acomodada, exterior, superficial e indudablemente extremista, pero desde mi opinión más profunda, si tengo que darle algo a alguien, sea dinero o no, no será a estos acosadores de mano vuelta que no aceptan céntimos.

¿Cuestión de dignidad o de cara dura? Nunca lo sabré pues cada persona es un mundo, pero en este que nos ha tocado, seguirán pagando justos por pecadores.

Admiro a aquellos que se asocian para ayudar a otros, pero considero que no hace falta ir al otro lado de ningún mar o estrecho para ayudar a quien realmente lo necesite y me surgen dudas cuando ves cajas de alimentos u otras cosas selladas como pertenecientes a respetables organizaciones de ayuda que terminan donde menos se las necesita.

Si quiero dar algo, nunca pediré nada a cambio, pero si realmente quiero o puedo ayudar, nunca lo haré a quien lo exija, si no a quien lo necesite. La verdadera pobreza muchas veces está al otro lado de la puerta, no exigiendo en las esquinas de las calles ni en otros continentes.

El caso más extraño: el de las huchas en mano a cambio de pegatina. En una calle cualquiera, un día cualquiera, un extraño se te acerca con una hucha en mano y te dice:

- ¿Me das algo para las drogas?
- Si no tengo para las mías, ¿cómo quieres que te dé para las tuyas?

Pero esto fue una simple y mera confusión de uso del lenguaje. No la pura realidad.

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4 Comments:

Blogger fifilota said...

¡Totalmente de acuerdo con tus argumentos! Hace tiempo que nunca doy nada a la gente que va pidiendo, y la verdad me ponen muy nerviosa... creo que hay una diferencia infinita entre la gente que simplemente pide y la gente que no pide, sino que tocan un instrumento, venden algo, etc. Me parece una cuestión de actitud, algo tan simple como dar valor también al dinero de la persona que te da. Es decir, si yo pido simplemente sin más no estoy teniendo en cuenta el esfuerzo del resto para conseguir dinero para vivir, mientras que si "ofrezco" algo si se valora...
De todo este tema, lo que peor llevo sin duda son las mujeres que piden con los niños... con eso si que no puedo, me parece una crueldad tan grande, una cara dura tan impresionante que no las soporto...

9 de enero de 2008, 9:14  
Blogger Silvia F.Keros said...

Yo tampoco doy nada. Me da mucha rábia ver como muchos llegan a su sitio, montan la paradita con su cojín y su cartón con faltas de ortografía, se descalzan y se arrodillan allí delanta (y por supuesto, cambian la cara automáticamente). Y siempre lo hacen a las salidas de hospitales, mercados, bancos y cajeros. Si les ofreces comida o ropa te la dejan, porque no les interesa. Y digo yo que, si muchas señoras mayores, con sus minúsculas pensiones se las arreglan sin pedir y si les das comida son las más agradecidas del mundo, ¿porqué los pedigüeños no lo hacen? (se que generalizo, pero hay muchos de éste tipo).

9 de enero de 2008, 9:54  
Blogger Guti said...

Hiro, Hiro... Dices que mis lecturas son densas, pero menudos temas que sacas. Este es de los que me tienen más que indeciso.

Lo que sí me parece tu artículo es un ejercicio de sinceridad y de valentía, que no se me olvide decirlo.

Por mi parte, también suelo evitar "dar limosna", no sé muy bien por qué. Desde luego, no es por ahorrarme el dinero. Es una forma de ayuda que no me gusta... Prefiero ayudar a financiar otro tipo de acciones, o ayudar a los demás de otras formas. No sé si quien me pide el dinero es alguien explotado para hacerlo (y en ese caso no quiero colaborar con el negocio), o un vago, que los hay (y en ese caso no es que no dé dinero "por prepotencia castigadora", sino porque financiando la vagancia no ayudo a un semejante, sino todo lo contrario)...

Lo que sí me gusta hacer muchas veces es dar dinero a los músicos callejeros, sobre todo si me gusta lo que hacen. Me parece un intercambio justo, sé exactamente lo que estoy haciendo... y valoro a cualquiera que haga música. No puedo evitar pensar en quien vive o trabaja encima de esa esquina y está hasta el gorro del soniquete, pero qué le vamos a hacer...

¿Considero más dignos a los músicos que a otros necesitados? No lo creo. Quizás lo que considero digna es esa transacción frente a otras...

No sé, es una cuestión que no tengo nada clara. Actúo de manera instintiva y aún no he conseguido formarme ningún criterio sólido.

10 de enero de 2008, 9:34  
Blogger Hiroshige said...

Fifilota, Keros, Guti, increíblemente parece que mis dudas son compartidas y no hay mejor manera para aclarar algo que no se entiende demasiado que preguntar. La verdad es que pensé al escribirlo que iba a levantar un flame.

13 de enero de 2008, 19:17  

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