La xana de la ventana
Era una figura diminuta dispuesta en el quicio interior de una ventana.
La primera vez que nuestros hilos se cruzaron era un día caluroso de principios de verano. Iba en el bus camino de casa después de un día de estudio. Al llegar frente a la estación, en pleno aburrimiento y sopor producido por el viaje, allí estaba ella. Una visión alucinada entre el sueño y la parsimonia del camino.
Parecía una diminuta persona sentada junto a un vano al mundo, contemplándolo desde el otro lado del espejo.
Hacía mucho calor y la fachada que hacía de marco al conjunto de su presencia, era acariciada por la sombra.
Miraba al vacío como quien no espera nada de la vida.
Días después volvimos a encontrarnos. La misma ruta del mismo transporte, las mismas personas dentro, los mismos lugares fuera. Allí estaba ella. En la ventana indicada, en el momento indicado.
Hube de fijarme más en su persona por la mera curiosidad fruto de la casualidad de verla de nuevo, en la misma postura, en el mismo lugar.
Era morena de pelo largo recogido pulcramente en una cola de caballo baja. Vestía ropas habituales en la juventud del momento: camiseta y vaqueros. Pensé que era una niña o quizás una adolescente. Su talla era pequeña, no más allá del metro cincuenta. Y proseguí mi camino desde dentro de aquel horno con ruedas.
A finales del verano, el regreso a las clases y al mismo transporte público, me atrajo de nuevo hacia su presencia. Esta vez las primeras ráfagas de frío y los pocos rayos de sol la sacaron fuera de su reducto para presentarla al otro lado de la ventana. De pie, en medio de la amplia cera bajo su morada. Parecía obnubilada.
Hace poco pasé caminando bajo su ventana y el hechizo de su presencia me hizo girar la cabeza en el momento adecuado para poder verla más de cerca. No es una niña. Es una mujer de aspecto infantil y delicado, casi frágil.
En sus ojos, la misma mirada ida. Entre las jambas de su ventana, su figura replegada sobre si misma, esperando nada.
¿Quién será esta mujer-niña? ¿Qué sucederá en el mundo que capturan esos ojos impertérritos? ¿Por qué siempre se encuentra en esa ventana como si de una prisionera en jaula de oro se tratase?
La xana de la ventana seguirá eternamente en su descanso triste sin que nadie le pregunte o le de los buenos días. Quizás sea un atisbo de locura, quizás de lucidez extrema.
Seguiré buscándola con la mirada siempre que pase por su bosque de ladrillos.
La primera vez que nuestros hilos se cruzaron era un día caluroso de principios de verano. Iba en el bus camino de casa después de un día de estudio. Al llegar frente a la estación, en pleno aburrimiento y sopor producido por el viaje, allí estaba ella. Una visión alucinada entre el sueño y la parsimonia del camino.
Parecía una diminuta persona sentada junto a un vano al mundo, contemplándolo desde el otro lado del espejo.
Hacía mucho calor y la fachada que hacía de marco al conjunto de su presencia, era acariciada por la sombra.
Miraba al vacío como quien no espera nada de la vida.
Días después volvimos a encontrarnos. La misma ruta del mismo transporte, las mismas personas dentro, los mismos lugares fuera. Allí estaba ella. En la ventana indicada, en el momento indicado.
Hube de fijarme más en su persona por la mera curiosidad fruto de la casualidad de verla de nuevo, en la misma postura, en el mismo lugar.
Era morena de pelo largo recogido pulcramente en una cola de caballo baja. Vestía ropas habituales en la juventud del momento: camiseta y vaqueros. Pensé que era una niña o quizás una adolescente. Su talla era pequeña, no más allá del metro cincuenta. Y proseguí mi camino desde dentro de aquel horno con ruedas.
A finales del verano, el regreso a las clases y al mismo transporte público, me atrajo de nuevo hacia su presencia. Esta vez las primeras ráfagas de frío y los pocos rayos de sol la sacaron fuera de su reducto para presentarla al otro lado de la ventana. De pie, en medio de la amplia cera bajo su morada. Parecía obnubilada.
Hace poco pasé caminando bajo su ventana y el hechizo de su presencia me hizo girar la cabeza en el momento adecuado para poder verla más de cerca. No es una niña. Es una mujer de aspecto infantil y delicado, casi frágil.
En sus ojos, la misma mirada ida. Entre las jambas de su ventana, su figura replegada sobre si misma, esperando nada.
¿Quién será esta mujer-niña? ¿Qué sucederá en el mundo que capturan esos ojos impertérritos? ¿Por qué siempre se encuentra en esa ventana como si de una prisionera en jaula de oro se tratase?
La xana de la ventana seguirá eternamente en su descanso triste sin que nadie le pregunte o le de los buenos días. Quizás sea un atisbo de locura, quizás de lucidez extrema.
Seguiré buscándola con la mirada siempre que pase por su bosque de ladrillos.
Etiquetas: callejeando, fábula, leyendas
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