La dama del cántaro roto
Hace días que la vi por primera vez. Más bien noches, pues su llegada tuvo lugar de la mano de los emisarios del sueño, esas golondrinas que pululan en vuelos entre lejanos y rasantes cuando la mente se relaja y permite abrir las puertas al subconsciente.
Llegó de súbito, como todos ellos, pero llegó no como una visita efímera de las que inducen a la extrañeza propia de esos momentos del sueño, si no que llegó para quedarse y su compañía informe vuelve cada cierto tiempo sin que pase un solo día de abandono.
Parece una de esas mujeres de los prerrafaelitas o más bien del romanticismo inglés y las leyendas artúricas. Se la ve paciente, resignada... Aunque más cierto sería decir que se la intuye, pues su forma espera el ser concebida tal y como se presenta a si misma: sentada en las escaleras de piedra de un antiguo edificio derruido y con los pedazos del cántaro a sus pies y el líquido acuoso derramado. Viste de azul oscuro, casi berenjena, y lleva los cabellos oscuros recogidos mientras unos enormes ojos miran a quien contempla, quizás a la espera de una respuesta a la eterna pregunta del ¿qué puedo hacer ahora?
En cierta forma, recuerda al final del cuento de la lechera pero con un devenir diferente ya que esta dama portaba agua, líquido sin valor alguno y su sino es la espera. Sin más.
Será la siguiente tras aquella calle que ya apunta a un fin.
Mientras tanto, su presencia fugaz en el recuerdo me dirá cada día que me sigue esperando.
Llegó de súbito, como todos ellos, pero llegó no como una visita efímera de las que inducen a la extrañeza propia de esos momentos del sueño, si no que llegó para quedarse y su compañía informe vuelve cada cierto tiempo sin que pase un solo día de abandono.
Parece una de esas mujeres de los prerrafaelitas o más bien del romanticismo inglés y las leyendas artúricas. Se la ve paciente, resignada... Aunque más cierto sería decir que se la intuye, pues su forma espera el ser concebida tal y como se presenta a si misma: sentada en las escaleras de piedra de un antiguo edificio derruido y con los pedazos del cántaro a sus pies y el líquido acuoso derramado. Viste de azul oscuro, casi berenjena, y lleva los cabellos oscuros recogidos mientras unos enormes ojos miran a quien contempla, quizás a la espera de una respuesta a la eterna pregunta del ¿qué puedo hacer ahora?
En cierta forma, recuerda al final del cuento de la lechera pero con un devenir diferente ya que esta dama portaba agua, líquido sin valor alguno y su sino es la espera. Sin más.
Será la siguiente tras aquella calle que ya apunta a un fin.
Mientras tanto, su presencia fugaz en el recuerdo me dirá cada día que me sigue esperando.
Etiquetas: sueños
3 Comments:
Está desconcertada por los inesperados acontecimientos, ante el cántaro roto ¿que hacer? ¡Esperar,a ver que pasa!
Tendrá que buscar otro......
Eso nos pasa a todas cuando se nos rompe cualquier cosa.
No sé no sé, ye rara la chavalina...
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