domingo, 4 de mayo de 2008

La biblioteca del mar

Es un lugar extraño para guardar cualquier tipo de cosa, aunque, indudablemente, nunca nadie se aventuraría a buscar nada allí de no saber que ese algo se encuentra precisamente en ese lugar.

Mil y una veces lo he visitado. Mil y un sueños que llegan y se van. Siempre es el mismo lugar.

Siempre vuelvo. Siempre está allí.

Es un espacio angosto. Claustrofóbico podría decirse y no sólo por las condiciones físicas. Parece un pasillo largo conformado en sus paredes por rocas de la altura de un edificio de varios pisos. Desgastadas por el azote de las aguas y con un color marrón oscurecido por el agua. Es muy abrasiva así que el cuidado del roce hace lento el avance y peligrosa la cercanía.

El olor a salitre lo llena todo.

El suelo no deja de ser arena húmeda, no en vano, el espacio conformado es fruto de una bajada de marea y el lugar no deja de ser una zona de costa en un asentamiento desconocido. Plagado de esos charcos que indican la presencia más que cercana del nivel del mar, no lo ves si no en la lejanía, pero a tu misma altura, generándose la angustiosa sensación de que una pronta subida de las aguas y tu presencia a su misma altura, te podría dejar aislado en el medio de aquella garganta submarina.

Hay un miedo latente.

El lugar se halla en una de las paredes, siempre en el lateral derecho. Surge como una simple abertura en la roca que se torna oscura y profunda. Sólo algas y pequeños charcos en las rocas y ese vano en cuyo interior el espacio se genera como si de una segunda versión interior del pasillo externo se tratase. Esta vez cubierto y con suelo pétreo.

Caminas. Caminas por aquel espacio, desconociendo la procedencia de la luz que te permite ver y con el miedo de la subida de las aguas.

Hay una antesala natural. Una caverna de tamaño medio totalmente empapada y en cuyo fondo se encuentra una especie de puerta con varios peldaños de acceso y una hoja de maderas carcomidas de color rojo teja ajado por el tiempo y la humedad.

Al ascender los peldaños, el olor lo llena todo. Es el olor del papel húmedo. Y allí está: una sala de planta casi rectangular conformada al modo de una girola de amplio grado de desarrollo, de techo relativamente alto y extrañamente parecida a una vivienda decimonónica que llevase cerrada casi un siglo. Pero esta no está cerrada. Tú la visitas con frecuencia aunque la sensación que te embarga al entrar es siempre la misma.

Los libros llenan amplias librerías desarrolladas por toda la pared derecha, mientras que la izquierda presenta estantes alternos entre los cuales aparecen ventanas cerradas con maderas clavadas a las paredes desde el interior y alguna con la ventana original de madera con sus contraventanas también cerradas.

Alguna vez te asomaste para comprobar que la marea seguía baja y que podías salir, y la sensación táctil de la madera humedecida te hizo preguntarte cómo aun podían seguir allí aquellos viejos papeles. Junto a ellos, cual gabinete de maravillas, miles de objetos extraños. Unos reconocibles, otros no tanto. Un astrolabio, un recipiente de cristal con algo indeterminado en su interior, objetos varios de cobre dorado, representaciones figurativas. Una de ellas es un círculo en cuyo interior se hayan múltiples semicírculos. Es una representación plana de ella, un icono. Al igual que las otras pequeñas figurillas que pueblan muchos de los recovecos.

Siempre te espera allí, con los brazos abiertos. Lo sabes y acudes en su búsqueda, pero hoy no está en su lugar habitual y eso te provoca más intranquilidad aún que la subida de la marea.

Nunca la he visto en persona. Sólo conozco su historia, sus iconos, su procedencia y sus múltiples apodos confusos, aunque un nombre suena frente a los demás pese a su fama en Éfeso: Astarte Siriaca.

Es curioso ver, literalmente, cómo de reales y tangibles se vuelven las cosas en los sueños. Pero volver a los mismos una y otra vez, resulta no sólo extraño si no inquietante.

Sospecho que podría reproducir un plano de esta zona costera e incluso imágenes detalladas de esta extraña biblioteca.

Reconforta la estancia, pero nunca hasta hoy la ausencia de la llamada Diosa de los Mil Pechos fue tan acusada.

Creo que echo de menos a alguien.


Mucho.

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