miércoles, 25 de junio de 2008

Adivina quién llama a la puerta

Dicen las malas lenguas que la peor maldición que se pueda echar a alguien es la de "Ojalá te entren los albañiles en casa", pero sospecho que hay algo aun peor si cabe: "Ojalá tengas un vecino tocapelotas que decida que le caes bien".

Hay cosas que, sencillamente, no me entran en la cabeza. La casa de una persona es la cosa que más se ha de respetar en este mundo, sobre todo si tienes cierto grado de confianza con ella. Es como si se entrase en un espacio sagrado donde no sólo has de respetar el propio espacio si no también a sus moradores y a los que acuden a verlos.

Por norma, ir a ver a alguien y encontrarlo con visita familiar es salir automáticamente del sitio porque -aunque suela haber veces que los de fuera son mejor que la propia familia- una presencia ajena en una reunión de este tipo resulta "incómoda". Uno se va y se acabó el problema. De la misma manera que hay momentos en que una visita no procede, como pueden ser la hora de comer, cenar o a partir de ciertas horas de la noche.

Hace una temporada era habitual el sentarse a la mesa y que picasen a la puerta. Una vecina, que pese a ver el momento, entraba como quien entra en un bar y te daba literalmente la comida. Mala hostia instantánea surgía en el momento, sobre todo cuando la señora lo pilló por costumbre y todos los días a la misma hora, como si de vendedor de jazztel se tratase, te venía a tocar las narices.

Dejó de hacerlo y no fue bajo amenazas de muerte -al menos mías-.

Llevo varias semanas acudiendo a la casa paterna con madre encamada por enfermedad. Es entrar por la puerta y a los dos minutos escasos pican a la puerta. Sea mañana, medio día, tarde, noche, es igual. Siempre pican. Esté sola o con más familia el procedimiento es habitual: pica, entra y se sienta y comienza a meterse en conversación ajena y a preguntar cosas que en absoluto merecen ser contestadas. Cuando por fin se va, llega el médico. Entra por la puerta y acto seguido pican a la puerta. Ha vuelto.

Es como tener una mosca cojonera que sólo toca los cojones cuando voy a casa de mis padres, momento en el que no se quieren compañías de este tipo en absoluto.

No sé si es que estoy demasiado repelente últimamente o que lo de esta señora está pasando de castaño a oscuro, pero como ya pensé una vez, de esta va la vencida: voy a colgar un cartel en la puerta con el horario de visitas permitido y una nota a pie de cartel que diga "menos tú que vienes mil veces al día". Debajo colgaré una foto de Gandalf con el bastón en alto y un bocadillo comiquero dentro del cual se lea:

"NO PUEDES PASAR".

Como dice la frase famosa que no sé quién dijo: "mi casa es mi castillo", aunque yo preferiría que mi casa fuese como la escotilla de Perdidos y que tuviese un botón del pánico a pulsar ante la presencia de este tipo de individuos que pudiera acabar con ellos.

No me extraña en absoluto que estos americanos, a los que les regalan armas con la nocilla y balas con el pan de molde, se dediquen un buen día a cometer masacres en los vecindarios donde viven, porque con gente así, a cualquiera no le entran ganas de matar...

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4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

No creí que pudiese existir gente con tan poco tacto. Otra solución es poner una batería conectada al timbre. Cada vez que llame, ¡calambre!

25 de junio de 2008, 18:59  
Blogger Laurix said...

uuuuf! Qué agobio!! Y no se da cuenta de que al final molesta?

26 de junio de 2008, 9:57  
Blogger Pilar said...

Mi cielo, en esos casos una usa la mirilla, que llame hasta que se harte. Y si por casualidad se te ocurre abrirle la puerta, abres solo una rendijita. Joer con la peña oye.....

30 de junio de 2008, 22:57  
Blogger Hiroshige said...

Pues es que hay gente para todo y ni mirando por la mirilla. Te pueden tirar la puerta abajo.

1 de julio de 2008, 19:11  

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