domingo, 30 de marzo de 2008

Techos de verde hierba

Había ido de visita. Conocía a la gente que trabajaba allí y tenía el leve recuerdo de que las cosas no eran así.

Era una catedral a media escala. Donde una real es enorme, aquella era como una basílica mediana pero llamada catedral. Una mezcolanza extraña de estilos donde lo mejor, como en el gótico, está en la partición en altura de los pisos: aquella tenía un sótano donde estaban mis conocidos y sobre él, varios pisos diáfanos donde se encontraba la zona dedicada al culto, un acceso a la zona superior donde se hallaba un despacho y varias habitaciones privadas más, a la par que un gimnasio y varias salas de actos con un patio interior que dejaba a la vista la zona inferior.

Sobre todo esto, un techo de bóvedas de varios paños pintadas en azul y con la pintura caída por la humedad. Todo el polvo de pintura desprendido de la cubierta inundaba las estancias por completo junto con la humedad.

Saludé y lo primero que saltó a la vista es cómo manaba el agua de uno de los pilares que soportaban la estructura superior.

- Es un gran problema lo de las filtraciones pero aun no se ha subido a ver qué pasa.

- ¿Aun no? ¿Puedo ir a verlo?

- Claro. Subamos.

Y comenzamos la ascensión por las escaleras de madera laterales que partían de los pies de la sala de culto, en la cual un hombre en bata blanca con una casulla roja y dorada gritaba discursos mientras miraba con desprecio a quienes subíamos por aquella escalera.

Ascendimos viendo las dependencias del segundo piso. Desde ellas no se veía la escalera, que discurría paralela a la pared de los pies de la basílica, entre los enormes pilares de piedras talladas y una pared de ladrillo perforada por un óculo enorme sin cristales de paredes de más de un metro de espesor donde anidaban las palomas. El agua seguía resbalando por las piedras.

Al llegar al ándito que recorría toda la parte superior, entre la cubierta y las bóvedas, el panorama se hizo aun más desagradable y peligroso viendo cómo el agua filtrada de algún lugar encima del techo había podrido las cimbras de madera de las falsas cúpulas internas que sustentaban toda la estructura. Estaban negras y en algunas zonas, una especie de moco cubría la madera, mientras que el agua discurría a borbotones desde arriba.

- ¿Es posible subir aun más para ver de dónde sale todo ese líquido?

- Sí, hay una puerta pero nadie ha salido desde hace siglos.

- Habrá que ver de dónde viene el problema...

Y se abrió aquella pequeña puerta de acceso a la cubierta. Era negra, de hierro, de un metro escaso de altura. Estaba intacta ante el paso del tiempo a pesar de no haber sido usada hacía mucho. Y extrañamente seca pese a toda la humedad circundante.

Al pasar al otro lado, el panorama fue sorprendente. Accedimos a la parte superior de una iglesia de muchos pisos esperando encontrar una techumbre, pero sin embargo, a donde accedimos fue a una pradera verde preñada de montículos en cuyo centro se ubicaba una estructura exagonal de piedra gris.

Por aquella extraña pradera, mujeres vestidas de monjas con hábitos negros acarreaban cubos mirando con extrañeza a los nuevos visitantes pero sin decir una sola palabra.
Dimos un pequeño rodeo por la zona, sin perder de vista la puerta. Al aproximarnos a la construcción de piedra, se observaba desde fuera que poseía unas extrañas cisternas similares a bóvedas de media naranja invertidas, fabricadas en cobre y que, al observarlas desde los montículos cercanos, se veían como contenedoras de agua con unos conductos que la llevaban hacia un espacio central similar a una piscina dorada con líneas y estrellas negras marcadas en sus paredes.

Una vez dentro de aquella estancia, bajo las medias naranjas invertidas, siguiendo los conductos del líquido, bajo la gran piscina, estaba el origen de la podredumbre del techo del edificio religioso y el desgaste de la base de piedra del mismo.
Eran los baños de aquellas extrañas mujeres que acarreaban cubos mirando con extrañeza a los inesperados visitantes y vertían el agua de deshecho por un gran desagüe directamente al suelo-techo del edificio enterrado.

Entonces sonó el despertador. Uffff que mal rollo.

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