viernes, 16 de enero de 2009

Experto en funerales

Contaba Yasunari en el relato del mismo título la historia de su vida. Al margen de las buenas historias inventadas, este hombre dejó casi su completa existencia recogida en montones de páginas, muchas de ellas chocantes, la mayoría tristes.

Decía que a la edad de unos 3 años -cuento de memoria- había acudido a su primer entierro. Era un crío y lo único que recordaba del suceso eran lámparas de aceite derramadas en el suelo y sangre. Las lámparas las rompió él mismo en un berrinche provocado por la soledad en que lo había dejado el muerto, creo que su padre, y la sangre era la de su nariz.

Tras este primer funeral llegarían los demás, pues tuvo la mala suerte de pulular de casa en casa, de familia en familia, de muerte en muerte. Tal era el número de funerales a los que asistía que un buen día, un amigo le dijo que debía asistir a un funeral pero que no sabía lo que había que hacer. Le pidió que lo sustituyera y tal fue la "profesionalidad" de Kawabata que todo el mundo dijo que era experto en funerales y lo llamaba cuando había uno, simplemente para que asistiera.

Es curioso el pensar que tal categoría pueda existir, pero una plañidera de aquellas de la Roma Clásica no dejaba de ser una experta en estos temas, o al menos en parte de ellos.

Aun así, expertos en funerales parece haber en todos sitios y hay gente a la que -sospechosamente- por aburrimiento se les ve recurrentemente en velatorios públicos e iglesias. Sea quien sea el finado, si no lo conocen, preguntan, lo que no deja de ser más que una representación puntual de la comedia de la muerte.

No hay mayores actos de teatralidad que los que se pueden apreciar en los velatorios, ahí, entre el sufrimiento de los verdaderamente afectados, la ironía de los "qué gran persona fue" y los "cuánto lo quería".

Tal es el caso que, tras mi último pésame -que no funeral porque no llevo los ritos católicos con paciencia- decidí que no habría mayor experto en funerales que aquel que consiguiese mantener la boca cerrada en ellos.

Se entra en la sala, se acerca a los conocidos del muerto y simplemente no se dice nada. Ni falsos "lo sientos", ni socorridos "te acompaño en el sentimiento" porque serían vanas mentiras cazadas al vuelo por el receptor de las mismas, ya que pocas veces realmente "lo sentirás" y muchísimas menos "tendrás los mismos sentimientos".

Es curioso ver a qué queda reducido el respeto al otro ante las obligaciones sociales, cuando demostrar tu apoyo a alguien en el momento de una muerte de un cercano te hace mentir más que un jugador de póquer o ser un actor tremendo de tragedia y no te permite darle una palmadita en la espalda con una gran sonrisa en los labios ni decirle a la señora del "qué bueno era" eso de "no era bueno, ero un grandísimo cabrón y el mundo será mejor sin él, al menos para su familia".

Tales son las cosas que no habrá mayor experto en funerales que el que consiga asistir a uno sin separar los labios hasta haber vuelto a su casa.

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1 Comments:

Blogger Pilar said...

No suelo ir a funerales. A los que voy es obligada por las circunstancias, o por mi mala conciencia. Las pocas veces que voy siempre digo lo mismo a los deudos "Nunca se que decir en estos casos" A lo que suelen responder con una media sonrisa y un "Tranquila, yo tampoco"

18 de enero de 2009, 23:06  

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