miércoles, 4 de julio de 2007

Salas de espera

Una de terror.

¿Qué pasa cuando una persona pasa varias horas en una sala de espera? Fácil: que se desespera, se aburre y busca maneras de entretenerse, y en eso, las salas de espera, dan para mucho.

Hoy fue el día de la penicilina. Hay días de todo: del orgullo gay, del friki, de la mujer trabajadora, de la lucha contra el cáncer, de la infancia... -Mmm ahora que lo pienso, ¿por qué de la mujer trabajadora y no del hombre trabajador? Será por eso que llaman discriminación positiva y que hay que celebrar que alguna de ellas trabaje...-
Volviendo al tema. Hoy fue el día de dicho antibiótico, que nada tiene que ver con celebración alguna en fecha determinada y es más bien la realización de una sesión maratoniana de pruebas de alergia. Unas tres horas largas. Te suelen avisar en un papel que traigas algo para entretenerte y por eso recurro a lo que he dado en llamar "el libro de esperar" porque siempre los suelo llevar en la mochila: un libro edición bolsillo normalmente de contenido no demasiado denso para que te haga la espera del bus, del tren, de la cita del médico o de lo que sea un poco más llevadero y convertirlo en tiempo aprovechado.
Llegas, te sientas, pasan 10 minutos. Te confirman la cita. Esperas. Entras a los 10 minutos y una enfermera y un alergólogo la mar de simpáticos proceden a dar inicio a las pruebas: seis pinchazos en un brazo y una hoja informativa donde firmas que si te da un shock anafiláctico por reacción alérgica con lo que te van a inocular fue consentido. Todo sea por saber si soy o no alérgica a lso antibióticos...
Un cuartín de hora esperando a que las seis marcas se inflamen con la sala de espera vacía. Es normal, es pronto. El silencio y el tiempo a esperar invitan a la lectura. Sacas el libro, tomas posición intentando no rascarte lo que te acaban de hacer en el brazo y das paso a una sesión de lectura.
Al cuarto de hora la gente empieza a atestar la sala y lo que hasta entonces era un reducto de tranquilidad y música de ascensor se convierte en una plaza de abastos, sección pescaderías, donde se discuten todos los temas habidos y por haber a grito pelado. Te concentras en la lectura...

Te llaman para ver cómo va la cosa. Se te hinchó uno pero es normal. Ahora pasamos al otro brazo. Cuatro pinchazos con una real y tres placebos, por si la cosa es mental. Otro cuarto de hora de espera. Sales, tomas lugar donde estabas porque los hombres somos animales de costumbres y si te sientas en un sitio la primera vez que vas a un lugar, siempre tendemos a considerarlo como territorio propio y repetimos. Sacas el libro y te concentras entre el griterío. "Capítulo dos: Dos hombres y El Mulo..."

Las voces van en aumento y no se es capaz de oír ni los propios pensamientos. Te concentras aun más en el libro. Te vuelven a llamar, no se hinchó nada. Ahora liquidillo a tomar: dosis penicilínica de 250 miligramos, creo que era. A esperar otra media hora a ver si te da el pachungo.

Sales de nuevo, retornas al asiento y coges el libro. Entre el vociferio ya no hay manera de concentrarse en la lectura por lo que hay que buscar nuevas formas de entretenimiento: mirar alrededor y escuchar conversaciones ajenas. Es de muy mala educación pero gritando de esa manera al hablar no es que te inviten a escuchar lo que se cuentan, es que lo cuentan para ti y todos tus compañeros.

Las salas de espera son un muestrario de comportamientos humanos digno de los estudios de conducta del señor Betham, a quien me encanta referir. Hay todo tipo de actitudes, todo tipo de personajes, todo tipo de "un de todo" en general.
Y empiezas a discurrir conductas basándote en lo que ves a tu alrededor: una niña de unos 8 con su madre, una pareja de ancianos realizando ella las mismas pruebas que tú, una señora sola, una chica joven con sus padres, una mujer de unos 40 con su hijo y su marido... y de repente llegó Ella. Venía de la mano de su madre, de un móvil y de un enorme bolso de charol rojo que cayó sobre mi en cuanto vio vacío el asiento que había a mi lado.

Normalmente cuando llegas a un lugar, la reacción habitual es echar una ojeada. Todos lo hacemos. No nos engañemos. En ese vistazo escogemos dónde nos sentamos y por algún motivo extraño, más de un sicólogo dice que si la persona que otea busca "hablar" se sienta al lado de quien en ese preciso instante de vigilancia haya osado cruzar la mirada con ella. Acto seguido comienza las tácticas intimidatorias para entablar un diálogo con cosas como el típico "qué calor", "¿hace mucho que espera?", "¿no sabrá si me llamaron?"... Hay un millón de tácticas intrusivas.
Normalmente lo mío, como llevo libro de espera, es buscar un lugar solitario o tranquilo e inmediatamente ponerme a leer. Si todo está ocupado y estoy cansada, busco donde sentarme procurando respetar a quien haya al lado y aislarme a la primera de cambio con mi libro.
Pero Ella... no quería conversación -tenía al móvil y su madre- ni le importaba el entorno, o tal vez sí por esa demostrada preocupación por su aspecto de reina de corazones con cetro incorporado y conducta indolente y gritona... Llamaba la atención. Mucho. Y no por el simple y mero hecho de que las mujeres entre nosotras mismas seamos lo peor -nos hacemos un traje al primer cruce, nos fichamos y luego nos criticamos. La que diga que no lo hace, miente.- si no porque simplemente lo hacía, con sus gestos, su griterío...

Se sentó y me incrustó el bolso entre el libro, el brazo y las costillas mientras hablaba y hablaba pareciendo no apercibirse de mi incomodidad. En un momento así, lo lógico es intentar llamar su atención de una manera no intrusiva a ver si cosca de que te está molestando: toses lo más fuerte que puedes. No se percata de nada.
Te mueves insistentemente intentando mover el bolso para ver si es ella la que nota su presión además de tú. Que si quieres arroz. Y entonces piensas cómo quitarte aquello de otra manera y que funcione porque ya se te están hinchando las pelotas.
A la par y desde que se sentó a tu lado comienzas a notar una exhalación tremenda que te entra por la nariz y te atenaza los pulmones, mientras piensas "esta pava se duchó en colonia j-ô de té antes de salir de casa para encontrar silla solitaria en la sala de espera o al menos hacer hueco...". Y comienzan a ocurrírsete cositas para que te desincruste el bolso: la sencilla sería la de decirle "disculpa, me estas matando con el bolso" pero viendo el ritmo al que parloteaba con la otra sería casi imposible que te escuchase, así que piensas otra más drástica. Levantarte y cambiar de sitio: casi que no, que creo que me está sentando mal lo que me dieron porque estoy mareadilla. ¡¡Lo tengo!! Y le metí un codazo mientras pasaba la página del libro, tosía y cambiaba de postura.
Lo pilló. Su bolso fue desincrustado.
Entre tanto, pasó el tiempo destinado a la prueba de los 250 y la enfermera volvió a llamar ahora para la dosis de los 500. Pastillota para dentro y si te sientes mal, llama rápido a la enfermera. Una hora de espera. Perfecto.
Sales, te sientas al lado de Ella que seguía con su cháchara tremenda y tal nivel de altura que sobrepasaba con mucho toda la demás jauría humana. ¿Qué, seguimos leyendo? Imposible. Vamos a otear el horizonte.
Miras a la madre con la niña y te das cuenta de que en realidad son una niña con la madre. Niña tirana cargada con un peluche de lobo disfrazado de cordero -que tierno-. La miras más a fondo y analizas la escena. La niña es como el Vivendun pero con un vestido de rallas rosa y blancas con puntillas rojas y con la actitud, voz y dejes de Gracita Morales mientras que añade a todo esto una tremenda dosis de estupidez y despotismo hacia su madre, que con actitud de sufridora nata sufre en silencio las impertinencias de la cría, carga con un discman al borde del suicidio y un millón de cosas más para el divertimento en espera de la criatura. El criter, más bien. Pobre mujer.
Aburrida de la escena, pasas a la siguiente, mientras cierto tufo a colonia o quizás los 500 de la dosis te están dejando la cabeza como si la tuvieses metida en un caldero y alguien te estuviese zarandeando... Muy mal. Miras a la pareja de ancianos. Unos 80 años. Ella espera preocupada, él la espera preocupado por ella...
Sale la enfermera y llaman a Virtudes. ¡Dios mío! El nombre ideal.
Entra tras la enfermera y el tufo disminuye junto con el embotamiento. Miras al suelo, las paredes, de nuevo al suelo y localizas una hormiga paseándose atrás y alante esquivando pasos por el pasillo donde está la sala.
Sale Virtudes. Virtudes es... la chica del anuncio del MM de "quiero una cámara digital" a la que el dependiente toma el pelo preguntándole si la quería "digital o digicual". Es así. Delgada, alta, monísima, rubísima, pijísima, a la última con sus pantaloncitos blancos, su camiseta marinera, su gorro blanco y su bolsito rojo de charol. Perfecta hasta que abre la boca y sube el pan.
Se vuelve a sentar a mi lado con su tufo colonial y su eterna cháchara. Tú miras a la hormiga exploradora, solitaria y trashumante, mientras que la capacidad de abstracción no te da para abstraerte totalmente y dejar de escuchar.
Madre: Te concerté una prueba con el peluquero...
Hija: ¿Sí? Que guay...
Madre: Es para que seas modelo...
Hija: ¡Ay que bien, siempre quise ser modelo!
Madre: Sí, modelo de peinados. Te harán fotos.
Hija: ¡¡Que ilu, así luego ya tengo experiencia!!

Y tú piensas: ¿diez fotos y tienes experiencia en qué alma de cántaro? Abocana un poco que cada vez que abres la boca incrementan el céntimo sanitario, anda... que me está dando alergia la prueba pero a tí, no a la penicilina...

A la media hora después de haber tomado la dosis de los 500 escuchando a esta petarda y a su madre lindeces como que la hija quería sacar el carnet de conducir para lo cual iba a pedir un crédito aunque no tenía curro y tenía que pagar el piso, y la madre insistía en que de eso ni hablar que se lo pagaban sus papis como no sé qué otra cosa y no sé qué más, que si había hecho la cama antes de volver pero tuvo que tirar el café que hizo que no le dio tiempo...

Estaba a punto de colgarme, pero fui al baño y las cisternas eran de botón. Morir ahogada no me seduce por muy grande que sea el sufrimiento, así que volví a la sala mientras que Virtu salía de la consulta tras los cuatro pinchazos. Se sentó a mi lado de nuevo y estaba en silencio. Piensas "qué bien. Se asustó y va a callar un poquitín"-. Pero no. Sacó el móvil y llamó a todas sus amigas comentándole que "se le hinchaba el de los ácaros pero no el del perrito, osea". Y de ahí, le pasaba el móvil a su madre con su amiga al teléfono...
Media hora más de cháchara ajena a grito pelado a mi lado entre tufo y embotamiento de la pastilla... Y llegó una niña de dos años con madre y abuela cambiando levemente el foco del entretenimiento. La cría era un ciclón vociferante suelto que se dedicaba a picar -dar hostias- a todas las puertas de los consultorios mientras la madre pasaba de todo y la abuela intentaba que le pasaran consulta mientras la niña entraba y salía a su manera....
Sale la abuela de consulta y va a pedir cita al final del pasillo quedando la madre a mi lado junto con Virtudes... Y la cría empieza a proferir berridos mientras corre de un extremo a otro del pasillo, entre la también vociferante gente de la sala de espera. Niña-sirena... pero de las de antiaéreos.

Y en ese momento es cuando te das cuenta de que no puedes más, no eres alérgica la penicilina y te estás poniendo de muy mala hostia en medio de ese barullo. Porque escuchas de fondo del tremendo jaleo las notas de violín que acompañaban a la sombra de la madre de Norman Bates cuando se acercaba tras la cortina de ducha empuñando un cuchillo, porque cada vez que la cría pasa ante tí, pobre criatura de escaso metro de altura, suena la música de tiburón y te entran unas ganas brutales de arrearle en plan catapulta lateral con tu bolso relleno y abombado con una chaqueta y un libro, a ver si eres capaz de lanzarla hasta la posición de la abuela o al menos de tumbarla al primer impacto. En ese momento y sólo entonces, sabes que estás de muy mala leche y que entre todo este muestrario de comportamientos y personas, tú y sólo tú eres el elemento repunante, nervioso y cabreado. Pero eso yo ya lo sabía, me lo dicen en casa todos los días y esto es únicamente una prueba de la alergia.

En ese momento sale la enfermera, te llama y te comunican que no eres alérgica a la penicilina -¡¡buf!!- pero que hay que repetir la prueba para estar totalmente seguros.

Tomaré un valium ese día y llevaré una pinza para la nariz, por si acaso coincido con Virtudes de nuevo y le da por demostrarme que hace honor a su nombre, o al menos lo intenta...

Por todo el hospital donde se realizaron las pruebas, a lo largo de todo el pasillo y en todos los consultorios médicos hay cartelitos que dicen "Por favor, guarde silencio"...

Está claro: nadie sabe leer y soy una repunante.

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3 Comments:

Blogger Carmiña said...

¿de verdad lo piensas repetir?

tú si que tienes valor!

5 de julio de 2007, 1:15  
Blogger CHECHE said...

!!lo mejor de llegar a Valladolid, son ......!!tus post, qué buenos!!Genial el relato, bueno es imposible, leer, yo creo que la gente lo hace a posta, porque es verte sacar el libro y poner cara de "voy a j....r la lectura a esta, y dicho y hecho, empiezan preguntando que es lo que tienes,!!Pero que le importará a esta tía lo que tenga yo(cuantas veces me quedé con las ganas de decirle SIDA!, esa palabra para muchas personas todávia es maldita)al final me callo no sea cosa que se entere toda la sala, bueno me alegro que tengas "medio claro" que no eres alérgica a la penicilina, besos.

10 de julio de 2007, 14:48  
Blogger Hiroshige said...

Me alegro de entretener a alguien contando "penas ácidamente", cómo digo yo ;-)
Lo de decir que tienes sida no, pero tengo un amigo que se dedicaba a decir a grito pelado que tenía meningitis vírica y con lo contagiosísimo que es el asunto, no te imaginas cómo ahuecaba la gente X-D

10 de julio de 2007, 16:14  

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