Entre copas y castillos I
No es un homenaje a la peli, es un intento de resumen de lo mejor de este mes de vacaciones con lo que espero poner los dientes largos a más de uno porque quiero volver con amigos y con quien quiera apuntarse que me parece que tengo lectores de la zona ;-)
El verano -¿qué verano?- fue estresante en general. Odio agosto. Es un asco. Gente, gente, gente mires donde mires. Demasiada. Mi intento de retiro espiritual fue un fiasco, la semana en la playa requirió de chubasquero perpetuo, el fin de semana de vuelta al retiro fue muy bueno y la última semana del mes... voy a intentar olvidarla.
Vamos a centrarnos en ese fin de semana memorable.
Hace tiempo que pululaba por la mente de Morfeo el hacer una visita al Museo del Vino de Peñafiel, en Valladolid. Así que como llovía sin parar, decidimos escaparnos al sur, a la casa de wela que sirvió como lanzadera para visitarlo. Desde Asturias, 3 horas de carretera; desde cercanías de Sahagún de Campos, hora y media. Vía carreteras secundarias llegamos a eso de las once menos algo de la mañana, hora ideal para comenzar el completo: visita guiada al castillo, visita al Museo del Vino y sesión de cata de vinos. Todo ello por el módico precio de unos 18 euros por cabeza.
El castillo es una pasada, restos de época altomedieval con reforma cercana al renacimiento, es uno de los denominados castillos de frontera o fronterizos. Digamos que entras en Valladolid y los castillos surgen como setas por la presencia de señores terratenientes que aseguraban desde posiciones fortificadas territorios y que se veían entre sí. Así que desde un castillo, más o menos, puedes ver otro, promoviéndose desde el gobierno de Valladolid la Ruta de los Castillos. Casi se puede decir que visto uno, vistos todos, pero es mentira. Pese a ser muy similares todos son diferentes y algunos guardan preciosos tesoros, pero de eso ya hablaré luego.
El de Peñafiel es muy conocido por ser parecido a un gran buque posado sobre una colina. Fue rehabilitado y en su interior se ubica el museo del vino, casi un homenaje a las múltiples bodegas de Riberas del Duero que surgen en la zona. Muy interesante. Y me pregunto cómo es posible que con este suelo, que parece puro cemento y piedra blanca, pueda crecer algo que de unos vinos tan sumamente buenos...
La Cata comenzó a la una y nos demostró que el mundo es un pañuelo ya que el profesional de los vinos que nos adoctrinó sobre el tema era de orígenes asturianos. Vino blanco, rosado y dos tintos, unos de ellos histórico, según nos contó el guía: un Tinto de Rueda, cuya fabricación ha sido prohibida por orden judicial y parece ser que no se volverá a hacer más. Una pena porque estaba buenísimo. La cata no es indispensable en la visita al museo pero sí es interesante. Aprendes cosas como que el vino blanco se ha de consumir en los dos años siguientes a su fabricación, que si es de color dorado es viejo, que el tinto esta bueno lo pongas como lo pongas y que "Don Simón" tiene las mejores prensas del mundo porque saca vino de donde otros no sacarían absolutamente nada. Eso último queda muy claro sin que lo diga nadie que entienda...
Por cierto que soy muy poco fina, qué se le va a hacer. Cuando catas, das un sorvín, captas tonalidades, olores, sabores y esencias... pero después de todo esto, cuando quien te guía dice eso de "y esto es todo, ya podéis disfrutar de los vinos" pues... yo no lo voy a dejar en el vaso, qué pena, sobre todo viendo lo rico que estaba. No me explico cómo los demás sí que lo hicieron.
Posteriormente a esto, se impone en esta visita a Peñafiel el paso por un restaurante de la zona y pedir un lechazo al horno. Atención a esto que si no es por encargo, de la cata de vinos se sale muy tarde y no suele quedar lechazo. ¿Cuanto vale comer en la zona? Unos 25 euros por cabeza con lechazo y vino. Ojo a la conducción que el soplímetro está a la orden del día, así que si se quiere dar al vino -que sin duda apetece- lo mejor será quedarse en el lugar.
Entre las delicias de la zona, un queso: Flor de Esgueva. ¡¡Cojonudo!! Espero traer uno cuando vuelva, que de esta no pude.
¿Qué más hacer después de comer? Hay varios museos, pero nuestra visita no se enfocó demasiado a los actos culturales ni religiosos y continuamos por la vía vinícola. En el mismo pueblo de Peñafiel se pueden encontrar las bodegas productoras de Protos, un poco más allá las de Valpincia y un poco más acá las de Pesquera y más. Claro... con tanta bodega se le hace a uno la boca vino y no puedes venir sin traer recuerdos. Las de Protos son impresionantes pero la visita no está permitida hasta por lo menos dentro de un año -están en reformas- y hay que concertar cita. Las de Pesquera son increíblemente pequeñas, pasando totalmente desapercibidas. Las de Valpincia, igual que las de Pesquera pero sin atención al público. Lo normal es que tengan una tienda abierta a las visitas donde se puede adquirir a precio módico lo que se encuentra en supermercados o tiendas especializadas en vinos. Eso sí, para evitar la especulación en algunas está limitada la cantidad de botellas a la venta por cabeza a 12: 12 de cosechero, 12 de joven, 12 de reserva :-)~~~
Y vuelta para casa con ganas de parar en cierto castillo que vimos de la que pasábamos: el Castillo de Garcifranco de Toledo en Esguevilla de Esgueva. Pero se merece una entrada para él solito por la grata sorpresa.
El verano -¿qué verano?- fue estresante en general. Odio agosto. Es un asco. Gente, gente, gente mires donde mires. Demasiada. Mi intento de retiro espiritual fue un fiasco, la semana en la playa requirió de chubasquero perpetuo, el fin de semana de vuelta al retiro fue muy bueno y la última semana del mes... voy a intentar olvidarla.
Vamos a centrarnos en ese fin de semana memorable.
Hace tiempo que pululaba por la mente de Morfeo el hacer una visita al Museo del Vino de Peñafiel, en Valladolid. Así que como llovía sin parar, decidimos escaparnos al sur, a la casa de wela que sirvió como lanzadera para visitarlo. Desde Asturias, 3 horas de carretera; desde cercanías de Sahagún de Campos, hora y media. Vía carreteras secundarias llegamos a eso de las once menos algo de la mañana, hora ideal para comenzar el completo: visita guiada al castillo, visita al Museo del Vino y sesión de cata de vinos. Todo ello por el módico precio de unos 18 euros por cabeza.
El castillo es una pasada, restos de época altomedieval con reforma cercana al renacimiento, es uno de los denominados castillos de frontera o fronterizos. Digamos que entras en Valladolid y los castillos surgen como setas por la presencia de señores terratenientes que aseguraban desde posiciones fortificadas territorios y que se veían entre sí. Así que desde un castillo, más o menos, puedes ver otro, promoviéndose desde el gobierno de Valladolid la Ruta de los Castillos. Casi se puede decir que visto uno, vistos todos, pero es mentira. Pese a ser muy similares todos son diferentes y algunos guardan preciosos tesoros, pero de eso ya hablaré luego.
El de Peñafiel es muy conocido por ser parecido a un gran buque posado sobre una colina. Fue rehabilitado y en su interior se ubica el museo del vino, casi un homenaje a las múltiples bodegas de Riberas del Duero que surgen en la zona. Muy interesante. Y me pregunto cómo es posible que con este suelo, que parece puro cemento y piedra blanca, pueda crecer algo que de unos vinos tan sumamente buenos...
La Cata comenzó a la una y nos demostró que el mundo es un pañuelo ya que el profesional de los vinos que nos adoctrinó sobre el tema era de orígenes asturianos. Vino blanco, rosado y dos tintos, unos de ellos histórico, según nos contó el guía: un Tinto de Rueda, cuya fabricación ha sido prohibida por orden judicial y parece ser que no se volverá a hacer más. Una pena porque estaba buenísimo. La cata no es indispensable en la visita al museo pero sí es interesante. Aprendes cosas como que el vino blanco se ha de consumir en los dos años siguientes a su fabricación, que si es de color dorado es viejo, que el tinto esta bueno lo pongas como lo pongas y que "Don Simón" tiene las mejores prensas del mundo porque saca vino de donde otros no sacarían absolutamente nada. Eso último queda muy claro sin que lo diga nadie que entienda...
Por cierto que soy muy poco fina, qué se le va a hacer. Cuando catas, das un sorvín, captas tonalidades, olores, sabores y esencias... pero después de todo esto, cuando quien te guía dice eso de "y esto es todo, ya podéis disfrutar de los vinos" pues... yo no lo voy a dejar en el vaso, qué pena, sobre todo viendo lo rico que estaba. No me explico cómo los demás sí que lo hicieron.
Posteriormente a esto, se impone en esta visita a Peñafiel el paso por un restaurante de la zona y pedir un lechazo al horno. Atención a esto que si no es por encargo, de la cata de vinos se sale muy tarde y no suele quedar lechazo. ¿Cuanto vale comer en la zona? Unos 25 euros por cabeza con lechazo y vino. Ojo a la conducción que el soplímetro está a la orden del día, así que si se quiere dar al vino -que sin duda apetece- lo mejor será quedarse en el lugar.
Entre las delicias de la zona, un queso: Flor de Esgueva. ¡¡Cojonudo!! Espero traer uno cuando vuelva, que de esta no pude.
¿Qué más hacer después de comer? Hay varios museos, pero nuestra visita no se enfocó demasiado a los actos culturales ni religiosos y continuamos por la vía vinícola. En el mismo pueblo de Peñafiel se pueden encontrar las bodegas productoras de Protos, un poco más allá las de Valpincia y un poco más acá las de Pesquera y más. Claro... con tanta bodega se le hace a uno la boca vino y no puedes venir sin traer recuerdos. Las de Protos son impresionantes pero la visita no está permitida hasta por lo menos dentro de un año -están en reformas- y hay que concertar cita. Las de Pesquera son increíblemente pequeñas, pasando totalmente desapercibidas. Las de Valpincia, igual que las de Pesquera pero sin atención al público. Lo normal es que tengan una tienda abierta a las visitas donde se puede adquirir a precio módico lo que se encuentra en supermercados o tiendas especializadas en vinos. Eso sí, para evitar la especulación en algunas está limitada la cantidad de botellas a la venta por cabeza a 12: 12 de cosechero, 12 de joven, 12 de reserva :-)~~~
Y vuelta para casa con ganas de parar en cierto castillo que vimos de la que pasábamos: el Castillo de Garcifranco de Toledo en Esguevilla de Esgueva. Pero se merece una entrada para él solito por la grata sorpresa.
Etiquetas: artes culinarias, callejeando, crónica social, recuerdos, retazos de mi vida, turismo
2 Comments:
Un castillo es un castillo, y el de Peñafiel da gusto verlo al pasar.
Muy buena tu explicación sobre los vinos.
La playa no la habrás disfrutado, pero al final has pasado algún buen rato.
Algún día terminará por gustarte el mes de agosto, aunque este no haya sido el mejor.
Yo espero cogerle el gusto algún día, pero fueron muchos años trabajando cuando los demás estaban de vacaciones y no acabo de verlo con buenos ojos. Eso sí, lo que tú dices, que ese día es para recordar :-)
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