martes, 26 de febrero de 2008

La cruel dictadura de las formas

¿Qué preferir: la forma o el sentimiento?

Es una pregunta profunda más allá de la simpleza de su enunciado.

Imaginemos un mundo perfecto en el que la perfección de lo que nos rodea puede ser llevada a sus extremos y mostrarse tal y como es, pero ¿cómo comunicar algo con esa perfección refleja de la forma? Es fácil: dando libertad al sentimiento para que pueble las formas carentes de sentido por si mismas.

Hablo del predominio del dibujo sobre el color a lo largo de la historia. Indudablemente, como decía una gran profesora que hace tiempo que no veo, los historiadores del arte tenemos una gran tendencia hacia la representación fiel de la realidad. Es un defecto de formación: si lo mejor de cada tendencia histórico artística era lo que más similitudes con la realidad aparentaba, indudablemente será mejor lo veraz que lo imaginativo. Y nos lo creímos.

¿Pero hasta que punto es ésto cierto, si queda claro que la mayor parte de los creadores acabaron derivando hacia la abstracción?

En la perfección del arte canónico del Antiguo Egipto, se muestra como excepción unas gráciles bailarinas que se saltan todos los modelos demostrando su gran encanto frente a las normas habituales con una mayor cercanía a la realidad pese a su alejamiento de las formas veraces. Esa frontalidad de la flautista frente a los perfiles establecidos es una rara avis del momento.
En la imagen Danzantes, entre siglos XV-XIV a.C.

Si llevamos estos precedentes a la pintura del siglo XIX e incluso del XX volvemos a encontrarnos con la misma situación: el dibujo perfecto es quien ordena sobre las formas. Hasta la llegada del impresionismo en el que la forma se disuelve dando paso al color y con él, al sentimiento cautivado en un soporte. El dibujo siempre podrá ser veraz, pero más allá de la representación de una escena, rara vez trasluce emociones.

Leí que algunas de las obras más famosas de Monet - pieza de la serie Ninfeas, 1900- fueron realizadas bajo un acusado problema ocular que le impedía ver correctamente, pero que no le impidió pintar. De ahí la disgregación de los contornos, la aparición de las manchas que componen las imágenes.

Indudablemente hay documentos de la época que predisponen hacia un estudio que generó una corriente llamada impresionismo. Que si la aparición de la fotografía -en blanco y negro-, que si el estudio de la disgregación cromática en la retina y la formación de los colores por proximidad de las manchas, que si todo esto llevado a sus extremos hasta la formación del puntillismo....

Y de ahí surgen las grandes dudas. ¿Son reales los preceptos que nos enseñaron? ¿Son las evoluciones del arte un camino lógico derivado de las corrientes generales o, al contrario, no dejan de ser un accidente sucedido por la obstinación de alguien que demuestra su propia realidad frente a la realidad encorsetada de las formas socialmente aceptadas?
Puede que todo esto surgiera después, pero indudablemente aquellos primeros conformadores de los Salones de los Rechazados, en absoluto eran conscientes de su condición de impresionistas hasta que un avezado crítico los denomino como realmente "impresionantes" gracias al título de uno de los primeros lienzos segregados: Impresión: sol naciente, 1872, en la imagen. Simplemente pintaban diferente: la forma contorneada había desaparecido de sus obras, o puede que simplemente fueran un esbozo inconcluso por voluntad propia, aunque con su encanto.

Hace años pintaba los márgenes de los cuadernos en momentos de aburrimiento sumo en alguna que otra clase. Tras varias horas, la postura en aquel incómodo banco se iba haciendo cada vez más relajada, desplazada hacia abajo en el asiento y con los papeles apoyados totalmente en una mesa horizontal. Cuando concluía la clase y procedía a recoger los papeles, observaba con curiosidad que lo que dibujaba, desde mi punto de vista con un aspecto y proporciones correctas, se veía de una manera extraña, con cánones alargados y en algunas ocasiones deformados al adoptar una postura "normal". ¿Pudo ser un hecho como este el que llevase a los manieristas - Laocoonte y sus hijos, El Greco, 1610, en la imagen- a adoptar figuras de alargadas formas? Pudo ser cualquier cosa, aunque una vez más, los escritos del momento nos dicen que dicho alargamiento no dejaba de ser más que una evolución hacia la espiritualidad de las figuras. ¿Verdad? ¿Mentira? ¿Aprovechar lo sucedido para los propios beneficios -eclesiásticos-? Indudablemente, la última opción puede ser la más correcta.

Entonces... ¿Qué escoger cuando uno se decide a seguir los pasos de los reconocidos como grandes maestros? ¿La calidad del dibujismo puro o la sensibilidad comunicativa de la mancha cromática?

Cada una posee sus apropiados terrenos, sólo hay que decidirse por una o mezclarlas ambas para llegar al culmen del preciosismo.

Arriba, Semele, visión parcial, Gustave Moreau, 1870; abajo, Caparazón/Coquille, Odilon Redon, 1912.

Pero, pese a la omnipotente presencia del crítico, siempre estará el criterio propio: si gusta, es que es bueno. Y en el fondo, no hay crítico que cambie los gustos personales, cuando una persona es fiel a sí misma.

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2 Comments:

Blogger Lolita Blahnik said...

Me has hecho plantearme preguntas que te aseguro que no hubiesen surgido en mi mente de forma espontanea...

26 de febrero de 2008, 21:19  
Blogger Hiroshige said...

Menos mal, porque después de acabar de escribir, me dio por releerlo y casi me da un soponcio de la densidad del rollo. ¿Qué se te ocurrió, por ejemplo? -Estoy cotilla-.

27 de febrero de 2008, 23:45  

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