¿Slow qué?
Llega a ser exasperante el hecho de tener que ponerle nombre a todo. Hay etiquetas para las entradas en los blogs, marcas de calidad que te indican que eso es de tal o cual sitio y que tienes que comprarlo porque lleva su nombre en una pegatina. Hay nombres para determinar a individuos que visten de tal o cual manera, que piensan así o no... Para los que no piensan. Hay denominaciones para ciertos tipos de comida que se hacen extensibles a un tipo de vida, y de ella se deriva su contraria.
El otro día leía un reportaje sobre ese asunto precisamente, que me generó unas cuantas dudas de esas tan estúpidas que surgen a veces y de las cuales una en concreto posee un grado enorme de resiliencia. Vaya palabreja.
El asunto versaba sobre el "movimiento" de la Slow Life, o vida lenta. Básicamente contaba la historia y experiencias de unas cuantas personas que habían cambiado radicalmente su forma de vida, pasando del "tenerlo todo" al "serlo todo". No parece un gran cambio, ¿verdad? Pues sospecho que sí lo es. Algunos, decía el asunto, habían sido grandes jefazos de grandes compañías, triunfadores, ricos -sobra decir todo eso de guapos, jóvenes y sobradamente preparados porque alguno de ellos no tenían aspecto de esto, pero...-. Un buen día decidieron que eran profundamente infelices en su consecución plena del todo social y decidieron dar un portazo a su vida para dedicarse a algo totalmente distinto y que siempre quisieron hacer, tomándose el tiempo necesario para ello. Difícil. Muy difícil, no sólo la decisión si no también el abandono -forzado o autorealizado- de una estabilidad económica. No nos engañemos, hoy el dinero lo es todo. O casi.
Es para pensarse por qué vivimos como vivimos: a la carrera. Siempre tenemos unos horarios marcados para todo, desde el comer al dormir pasando por todo lo demás, pero como "parada" que soy, me pregunto muchas veces por qué he de tener prisa. Por qué los jubilados siempre tienen prisa. Por qué he de ir corriendo a las paradas del autobús pendiente de un reloj en la muñeca, si puede haber ciento una causas que pueden alterar la llegada de ese transporte, y si lo pierdo, ya vendrá otro.
Será una cuestión de costumbre social masiva que nos impone ser tipos estándar, con horarios estándar y vidas estándar: todos guapos, jóvenes, triunfadores, trabajadores con un horario fijo y una vida completamente programada. Entrar a las 8, salir a las 5. Viernes fiesta. Domingo descanso pesaroso por la llegada del lunes. Agosto vacaciones a través de un objetivo para en septiembre enseñar a todo el mundo lo que disfrutaste.
No se puede vivir así: da miedo.
Durante mucho tiempo sospeché que el hecho de no tener algo organizado punto a punto, fecha a fecha, hora a hora, era un error gravísimo. Por ello -y un leve alzheimer incipiente- una agenda me acompañaba a todas partes y la última acción de la noche y la primera del día era mirarla para ver qué "debía" de hacer al día siguiente y si se me había olvidado algo. Era obsesivo. Las siguientes acciones consistían en un peregrinaje salvaje por las páginas y webs de ofertas de trabajo, seguidas de algo que podría denominarse un estudio compulsivo de mil y una cosas. Cuantas más mejor: cursos de x cosas distintas ofrecidos por el servicio público de empleo y similares, idiomas, visitas a servicios sociales para ver si había algo más...
La conclusión a todo ello: ataques de ansiedad que aun me duran.
A menos cuarto sales dirección escuela. Llegas a en punto y comienza la clase que hora y veinte minutos después termina. Así cada día, hasta que alguien te para por la calle en el camino y se descompensa todo el horario. Llegas tarde. Nadie te lo echa en cara, le puede pasar a cualquiera, pero el sentimiento de culpa por la falta de planificación no se va. Comienzas a salir 20 minutos antes por si acaso. Angustia de la espera y del derroche temporal -5 minutos- esperando la hora de comienzo de la clase, del trabajo o de lo que sea...
Sospecho que no se puede vivir así.
Hace un tiempo que no busco trabajo obsesivamente, autoañadiéndome quizás al grupo encuadrado en el subtipo como "vagos y maleantes". De vez en cuando me remuerde la conciencia. Miro las listas de interinos. Puede que algún día llegue a mi y tenga un "cierto trabajo estable", sea lo que eso sea. Mi agenda ha muerto por desuso, ahora contiene listas de recetas. Me tiro tres horas seguidas cocinando si hace falta. Llevo un libro de esperas por si algo se demora más de la cuenta. Intento caminar más despacio si se puede y apenas calculo la hora para llegar a los lugares, a no ser que sea una cita médica o similar.
Lo observo todo a mi alrededor. Hay tanto que nunca has visto por la prisa, que merece la pena detenerse en ello y recrearse, aunque sea una simple planta verde en una ventana perdida de un grupo de edificios grises.
De vez en cuando, la angustia vuelve, aunque atenuada ahora por la presencia oscura de esa crisis que a tantos está poniendo en mi misma situación, aunque peor: yo no sufro la opresión de un despido y una hipoteca.
Simplemente se deja escapar la lágrima silenciosa o se traga con el consiguiente ahogo sordo y su posterior ataque de ansiedad o dermatitis espontánea.
¿Será un error? ¿Será que, como aquellos del reportaje, tengo todo lo que quiero, "he tocado techo" y no lo he notado? Será que lo que he tocado es fondo...
Tila. Voy a darme a las infusiones naturales. La pastilla rosa no funciona, me va mejor tener un pincel, un lápiz o una aguja en la mano. Aunque llegue a doler de practicar terapia.
Pero la mayor duda de todas, esa que permaneces siempre, es si la solución a todos estos problemas autoinfundidos no será una huida -sí, es ese su nombre, o quizás "refugio"- a un retiro no ya espiritual, si no físico: buscar una cuadra en un lugar alejado del mundo. Arreglarla como se pueda. Cambiar fuerza de trabajo propia o conocimientos por comida o materiales. Trabajar la tierra para comer -plantar lechugues, que viene siendo-. Arrojar el reloj y el móvil tan lejos como sea posible.
¿Será posible, factible, el realizar ese cambio? ¿Será la vuelta a la tierra la evolución social lógica de esta crisis económica aguda que nos acecha? No lo sé, pero pienso en Apulia cada vez que esta duda resiliente surge. Antes el lugar no tenía nombre ni ubicación. Ahora sí, aunque paraísos perdidos, ya no suele quedar ninguno.
Algo ha cambiado. He abandonado la carrera perpetua con el reloj en la mano. Ahora camino hacia una parada de autobús -o voy andando si la distancia y el clima lo permiten- sin hora. Ante la pregunta habitual del ¿sabe a qué hora pasa el autobús?, ya sólo tengo una respuesta:
Es un curioso símil de aquello de para qué preocuparse por problemas sin solución o cuyas soluciones acabarán llegando.
Pero...¿por qué carajo tienen que ponerle nombre al volver al primitivismo? No sólo lo convierte en un negocio, si no que camufla la verdadera intención de ejercer esa vuelta a la calma bajo la máscara de una campaña de marketing salvaje propia de la sociedad en la que estamos inmersos.
En fin...
El otro día leía un reportaje sobre ese asunto precisamente, que me generó unas cuantas dudas de esas tan estúpidas que surgen a veces y de las cuales una en concreto posee un grado enorme de resiliencia. Vaya palabreja.
El asunto versaba sobre el "movimiento" de la Slow Life, o vida lenta. Básicamente contaba la historia y experiencias de unas cuantas personas que habían cambiado radicalmente su forma de vida, pasando del "tenerlo todo" al "serlo todo". No parece un gran cambio, ¿verdad? Pues sospecho que sí lo es. Algunos, decía el asunto, habían sido grandes jefazos de grandes compañías, triunfadores, ricos -sobra decir todo eso de guapos, jóvenes y sobradamente preparados porque alguno de ellos no tenían aspecto de esto, pero...-. Un buen día decidieron que eran profundamente infelices en su consecución plena del todo social y decidieron dar un portazo a su vida para dedicarse a algo totalmente distinto y que siempre quisieron hacer, tomándose el tiempo necesario para ello. Difícil. Muy difícil, no sólo la decisión si no también el abandono -forzado o autorealizado- de una estabilidad económica. No nos engañemos, hoy el dinero lo es todo. O casi.
Es para pensarse por qué vivimos como vivimos: a la carrera. Siempre tenemos unos horarios marcados para todo, desde el comer al dormir pasando por todo lo demás, pero como "parada" que soy, me pregunto muchas veces por qué he de tener prisa. Por qué los jubilados siempre tienen prisa. Por qué he de ir corriendo a las paradas del autobús pendiente de un reloj en la muñeca, si puede haber ciento una causas que pueden alterar la llegada de ese transporte, y si lo pierdo, ya vendrá otro.
Será una cuestión de costumbre social masiva que nos impone ser tipos estándar, con horarios estándar y vidas estándar: todos guapos, jóvenes, triunfadores, trabajadores con un horario fijo y una vida completamente programada. Entrar a las 8, salir a las 5. Viernes fiesta. Domingo descanso pesaroso por la llegada del lunes. Agosto vacaciones a través de un objetivo para en septiembre enseñar a todo el mundo lo que disfrutaste.
No se puede vivir así: da miedo.
Durante mucho tiempo sospeché que el hecho de no tener algo organizado punto a punto, fecha a fecha, hora a hora, era un error gravísimo. Por ello -y un leve alzheimer incipiente- una agenda me acompañaba a todas partes y la última acción de la noche y la primera del día era mirarla para ver qué "debía" de hacer al día siguiente y si se me había olvidado algo. Era obsesivo. Las siguientes acciones consistían en un peregrinaje salvaje por las páginas y webs de ofertas de trabajo, seguidas de algo que podría denominarse un estudio compulsivo de mil y una cosas. Cuantas más mejor: cursos de x cosas distintas ofrecidos por el servicio público de empleo y similares, idiomas, visitas a servicios sociales para ver si había algo más...
La conclusión a todo ello: ataques de ansiedad que aun me duran.
A menos cuarto sales dirección escuela. Llegas a en punto y comienza la clase que hora y veinte minutos después termina. Así cada día, hasta que alguien te para por la calle en el camino y se descompensa todo el horario. Llegas tarde. Nadie te lo echa en cara, le puede pasar a cualquiera, pero el sentimiento de culpa por la falta de planificación no se va. Comienzas a salir 20 minutos antes por si acaso. Angustia de la espera y del derroche temporal -5 minutos- esperando la hora de comienzo de la clase, del trabajo o de lo que sea...
Sospecho que no se puede vivir así.
Hace un tiempo que no busco trabajo obsesivamente, autoañadiéndome quizás al grupo encuadrado en el subtipo como "vagos y maleantes". De vez en cuando me remuerde la conciencia. Miro las listas de interinos. Puede que algún día llegue a mi y tenga un "cierto trabajo estable", sea lo que eso sea. Mi agenda ha muerto por desuso, ahora contiene listas de recetas. Me tiro tres horas seguidas cocinando si hace falta. Llevo un libro de esperas por si algo se demora más de la cuenta. Intento caminar más despacio si se puede y apenas calculo la hora para llegar a los lugares, a no ser que sea una cita médica o similar.
Lo observo todo a mi alrededor. Hay tanto que nunca has visto por la prisa, que merece la pena detenerse en ello y recrearse, aunque sea una simple planta verde en una ventana perdida de un grupo de edificios grises.
De vez en cuando, la angustia vuelve, aunque atenuada ahora por la presencia oscura de esa crisis que a tantos está poniendo en mi misma situación, aunque peor: yo no sufro la opresión de un despido y una hipoteca.
Simplemente se deja escapar la lágrima silenciosa o se traga con el consiguiente ahogo sordo y su posterior ataque de ansiedad o dermatitis espontánea.
¿Será un error? ¿Será que, como aquellos del reportaje, tengo todo lo que quiero, "he tocado techo" y no lo he notado? Será que lo que he tocado es fondo...
Tila. Voy a darme a las infusiones naturales. La pastilla rosa no funciona, me va mejor tener un pincel, un lápiz o una aguja en la mano. Aunque llegue a doler de practicar terapia.
Pero la mayor duda de todas, esa que permaneces siempre, es si la solución a todos estos problemas autoinfundidos no será una huida -sí, es ese su nombre, o quizás "refugio"- a un retiro no ya espiritual, si no físico: buscar una cuadra en un lugar alejado del mundo. Arreglarla como se pueda. Cambiar fuerza de trabajo propia o conocimientos por comida o materiales. Trabajar la tierra para comer -plantar lechugues, que viene siendo-. Arrojar el reloj y el móvil tan lejos como sea posible.
¿Será posible, factible, el realizar ese cambio? ¿Será la vuelta a la tierra la evolución social lógica de esta crisis económica aguda que nos acecha? No lo sé, pero pienso en Apulia cada vez que esta duda resiliente surge. Antes el lugar no tenía nombre ni ubicación. Ahora sí, aunque paraísos perdidos, ya no suele quedar ninguno.
Algo ha cambiado. He abandonado la carrera perpetua con el reloj en la mano. Ahora camino hacia una parada de autobús -o voy andando si la distancia y el clima lo permiten- sin hora. Ante la pregunta habitual del ¿sabe a qué hora pasa el autobús?, ya sólo tengo una respuesta:
Pues no sé. Llego y, como pasan cuando quieren, ya vendrá.
Es un curioso símil de aquello de para qué preocuparse por problemas sin solución o cuyas soluciones acabarán llegando.
Pero...¿por qué carajo tienen que ponerle nombre al volver al primitivismo? No sólo lo convierte en un negocio, si no que camufla la verdadera intención de ejercer esa vuelta a la calma bajo la máscara de una campaña de marketing salvaje propia de la sociedad en la que estamos inmersos.
En fin...
Etiquetas: crónica social, Diarreas mentales, días extraños, exorcismos, frustraciones, preguntas al viento
5 Comments:
Tienes razon. No se puede vivir asi. Contando los minutos y las horas para no salirse del horario marcado...
Como siempre que escribes (y dejas de lado tanto post de video de youtube), simplemente genial.
Es facil vivir asi por que es lo natural, lo dificil es vivir contranatura:
-Levantarse a una hora en la que el cuerpo no lo desea, por que sono un despertador.
- bla bla bla
Hace muy poco leí algo sobre este movimiento y como tú empecé a plantearme todo esto... He decidido esperar un poco más para replantearme mi situación laboral, también me siento un poco mal porque nos cuesta llegar a fin de mes, porque "no es de lo mío", pero quiero vivir un poco sin vivir buscando contínuamente, en el ritmo trepidante de la búsqueda constante, que es lo he hecho hasta ahora y no se si ha funcionado...
De lo que estoy muy, muy orgullosa es de haberme quitado el reloj en mis vacaciones y no habérmelo vuelto a poner! (a ver cuándo me olvido más veces el móvil en casa...)
Conozco ese sentimiento de angustia. Mi vida casi vive pegada a él, y tienes razón, eso no es vida. empezaré a plantearme ese movimiento...
Lolita, lo malo es que tendemos a ello :-(
Anónimo, hay días en los que la inspiración no sale por los dedos más que para poner vídeos de youtube.
Alex, lo de quitarse el reloj es un triunfo. Cada día pienso más lo de dar un cambio total y menos mal que veo que no soy la única.
Laurix, habrá que empezar poco a poco ;-)
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