sábado, 19 de septiembre de 2009

Hilos en el suelo

Hace un montón de años contemplaba cómo aquella mujer vivía pegada a una máquina día y noche arreglándoselas para cuidar de una familia.
De aquella máquina salían costosas maravillas. Costosas no sólo por lo que valían económicamente hablando si no también por el sudor, el tiempo y la vida que se llevaba de aquella mujer.
Poco después descubriría que no sólo se llevaría eso aquella máquina si no también parte de su salud.

No estaba bien. Nunca los estuvo. Bueno, tal vez aquellos primeros meses de su vida, antes de la llegada del virus. Luego, nunca pudo desarrollar su vida como una persona más. Siempre sería diferente, viviendo a través de sus manos lo que otros vivían en todo su cuerpo.

Mujeres entraban y salían de aquella casa y los días pasaban, las horas pasaban, las arduas noches de trabajo pasaban. Una salían felices con sus ropajes nuevos en las manos. Otras, indecisas, hacían que el trabajo fuera interminable gracias a falta de capacidad para decidir sus propios gustos.

Y la miraba desde la puerta de aquella pequeña habitación, siendo siempre la eterna mujer pegada a unas tijeras y una máquina, a una caja de alfileres y un dedal. Mientras tanto, el suelo se prendaba de hilos cada día, despejándose de los mismos a la hora de la cena, pero en toda la casa, los vestigios de su presencia aparecían por donde quiera que se mirara: restos de recortes de tela, de hilvanes, de espuma de unas hombreras excesivamente grandes... todos ellos eran eternos moradores de aquella vivienda, a veces taller, en la que de vez en cuando aparecían verdaderos tesoros en forma de telas caras que rara vez se veían y cuyos restos quedaban pululando por los cajones maravillosos donde aquella mujer guardaba los restos de sus obras.

Años después encontré un recorte de una revista perdido en un libro. En letras grandes en su titular quería decir algo tal que "los hijos de los mineros se buscaban el pan fuera de la mina". A su lado aparecía la fotografía de dos mujeres en una estancia de esas de los años 60 donde dibujos seudo-psicodélicos a todo color recubrían las paredes en papel pintado entre las que estaban un mueble del que surgía la misma máquina que tan familiar me era y las dos mujeres: una de pie y la otra replegada sobre si misma, alfiler en mano arreglando la falda de la primera, o quizás creándola.

Decía la noticia recortada algo del tipo de que no sólo minero debería de ser el hijo del minero, si no que nuevas profesiones daban paso a nuevas formas de buscarse un porvenir y aquella mujer que tanto yo conocía era de las primeras que habían dado el salto al trabajo más allá de las labores domésticas: era modista.

Si además aquel reportaje hubiera salido en una revista de nuestra época diría que era el fruto de la tenacidad de un disminuido físico por alcanzar un empleo y un lugar en la sociedad, pero entonces, de ello no se decía nada.

El otro día vi una película que me hizo pensar. Era una versión vieja de la vida de Coco Chanel, famosa diseñadora de la que puede que algunos recordemos algún tipo de traje y casi todo el mundo el famoso "Número 5".

Más o menos la vida de esta mujer estaba ligada a una aguja y a una máquina de forma similar a la de esta primera de la que hablábamos. Coco decían que surgió como quien cosía aquellos perifollos de finales del XIX que darían paso a comienzos del XX a la liberación de la moda femenina en pos de una mayor comodidad y un menor lucimiento de maniquí que sufría las inclemencias de la moda imperante en el momento. Con el tiempo se convertiría en la elegancia de la mujer y el símbolo de la comodidad.

Una de las cosas que se pueden extraer de la vida de las dos mujeres es que un modisto o modista no es simplemente alguien que dicta las normas de lo que se lleva y lo que no se lleva si no que es, ni más ni menos, quien es capaz de vestir a una persona, sea esta como sea.

¿A que viene todo esto?

Bueno... hace años que rescate la máquina de coser de mi abuela de la podredumbre del gallinero. Funcionaba perfectamente pero sólo hacía puntadas rectas. Era una máquina muy antigua.

Ayer compré mi segunda máquina de coser -la primera fue de juguete que me regalaron de niña y fue devuelta a la tienda porque no funcionaba bien y cambiada por una batería de cocina y un diccionario enciclopédico: un juguete demasiado caro como para que encima no funcione-.

Llevo todo el día arreglando bajos y bolsillos de pantalones, rematando costuras de camisas para que no se deshilachen y comprobando las múltiples funcionalidades de la maquinita que ayer entró en casa para situarse sobre el mueble de la antigua cosedora de mi abuela, oculta en su cajón, a la espera de que vuelva a utilizarla.

Y sonrío. Tal vez sea porque me he quitado las ganas de aquel juguete ya estropeado en su envoltorio nuevo de la infancia o tal vez porque le veo la enorme utilidad que el aparato tiene, más allá del simple entretenimiento. Basta con ser una mujer de cuerpo "distinto" -pesar más de 60 kilos o medir más de 1'70- para darse cuenta de que la ropa que se puede adquirir en las tiendas por dos duros nunca es una buena inversión.

¿Por qué? Cuando se ha probado la ropa hecha a medida, se conoce cómo debería de sentar una prenda y, pese a que te insistan en que es tu talla en esa boutique tan cara, cuando notas que te sale un bulto en la espalda de la chaqueta o que te tiran las mangas, sabes que esa prenda no es para ti.

Hace un tiempo descubrí en un cajón una carpeta verde ajada por los años. En su interior un completo curso de costura explica con maniquís de aquellos años 50-60 cómo coser desde un botón a un chaquetón pasando por una camisa o unas enaguas de las de entonces.

Desconozco si la camisa que me cosa quedará como las que hacían aquellas dos mujeres, pero sin duda puedo decir que quedará mejor que cualquiera de las que se compren en cualquier tienda, páguese lo que se pague por ellas. Más que nada porque estará hecha para mí desde el principio y será mi talla, evitando así las frustraciones de haber adelgazado nueve kilos y que la talla más grande de la tienda no te baje de la cabeza.

Hoy hice una llamada telefónica y al decir "Ya puedo hacer Zig-Zag", la mujer del otro lado de la línea estalló en grandes carcajadas.

La mujer que hoy se reía no era Coco Chanel pero siempre vistió a los demás y a si misma lo mejor que pudo y me inculcó las ganas de querer saber, querer poder hacer cosas y querer aprender.

Es mi madre y hoy, todo un achaque de los años, se reía porque su hija emulaba sus quehaceres antiguos en esta época en la que más vale tirar y comprar nuevo que remendar y recoser.

Está claro que madre no hay más que una,
que si hubiera más... íbamos de culo :-D


Mañana descoseré y coseré de nuevo ese bolso de tejano que ha quedado mal y le contaré la peripecia para que siga riéndose :-*

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4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Después de leer esta entrada contigo hago un intercambio hasta de bragas, compañera. ¿Sabes que el viernes me compré dos metros de tela de lana negra? No sé qué saldrá de ahí pero será mio.

20 de septiembre de 2009, 17:45  
Blogger CHECHE said...

Mi querida Hiro, desde el principio intuí, que la primera mujer era tu güelina y la segunda "manos maravillosas" es tu querida madre,me has emocionado con el estupendo relato.
Yo también he vivido días y días de costura con el traqueteo de la máquina,como musica de fondo acompañando las canciones de mi querida madre,recortes, hilos alfileres por el suelo, que había que limpiar para la hora de la cena, repito hermoso relato y tan real,que sin conocer a tu madre ya la admiro, bueno la admiraba desde que empezamos a conocernos,larga vida a tu madre, no hay muchas como ella, mil besos para ella, prometo que mañaña te llamo, mil besos también para ti, mi querida y admirada (hoy aún más)Ana.

25 de septiembre de 2009, 2:30  
Blogger Guti said...

Con todo el respeto para Coco Chanel (y bastante menos para todos esos "genios de la pasarela"), yo a quien respeto y admiro es a las modistas de verdad. A quienes son capaces de hacer ropa para algo más que para una percha.

Así que en un pedestal, esa familia tuya, y ya bastante más abajo, Galiano y toda esa gandalla. Lo digo en serio.

2 de octubre de 2009, 12:05  
Blogger Hiroshige said...

:-)

2 de octubre de 2009, 13:42  

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