lunes, 8 de febrero de 2021

El fin del dolor

 Hace un mes y 5 días que mi madre dejó de sufrir.

Supongo que se olía de sobra que venía el final. Llevaba tiempo buscándolo porque los dolores eran insoportables, y a veces me pregunto cómo no nos dimos cuenta de que había algo más a parte de lo de siempre.

Aun no sé cómo me siento. Vacía supongo: tengo a mi madre metida en una fiambrera en la terraza y esa es la forma en la que al fin vino a visitarme a casa.

Supongo que hay muchas formas de sentir dolor y una de ellas es no sentir nada. Llevaba años pensando que ésto llegaría, que era lo que ella quería, pero ha sido tan rápido que aun creo que no ha pasado.

Diez días de plus en el hospital, en aislamiento, sólo comunicados por teléfono, hasta los cinco últimos en los que por fin pudimos verla, solo dos personas, durante poco tiempo. Epi, mascarilla, guantes... todo para no pegarle algo que pudiera matarla, cuando ya todo estaba sentenciado.

- No puedo hablar diles que no me llamen más.

- Vale, mama. Tengo que irme, mañana vuelvo.

- No te preocupes, a ver si pasa ésto y me mandan pa casa.

Nunca una mentira piadosa me hizo tanto daño.

Sabía que se iba y seguía intentando que no nos preocupasemos.

- Hoy la vi bien. A ver si le dan algún tratamiento y la mandan pa casa.

- Papá, no está bien.

- Sí, sí lo está.

Silencio roto por comunicaciones a la familia.

- Dice que no la llaméis más que no puede hablar. Está muy mal.

- No me digas tú a mi que mi hermana se muere.

- ¿Pero cómo va a estar tan mal?

Silencio.

A veces me gustaría poder mentir y decirle a todo el  mundo lo que quiere escuchar, no la verdad. No pude dejar de sentirme como un pájaro de mal agüero, dando las noticias de una muerte anunciada a personas con unas reacciones de lo más sorprendentes mientras yo no podía ni reaccionar.

El último día que la vi consciente no paró de toser y echar sangre. Media hora viéndola sufrir de aquella manera.

- Mamá, tengo que irme. Vuelvo mañana.

- Vale.

Me rompí al quitar la epi. No sé si es normal o no llorar en medio de desconocidos, suplicar que no la dejen sufrir más de esa manera.

Nunca más volví a hablar con ella.

El siguiente día estaba sedada. Parecía más tranquila, al menos no sufría entre tos y sangre. Sólo podía estar allí mirándola, como una imbécil, deseando que abriera un ojo y me echase una bronca. Nada.

Sólo un te quiero y un hasta mañana.

- Hoy estuve dos horas con tu madre. Estuve contándole tonterías y cuando me iba le dije "me voy" y me dijo "vale, estoy bien".

La relación de 65 años terminó así, y nunca hubo un mañana.

Fue todo surrealista, era como verlo todo desde un sillón a una pantalla de cine en el que se ven planos secuencia que pasan mientras tú eres ajena a todo.

Alguien me tocaba el hombro como para intentar calmarme. No había nadie. No había nadie a quien calmar. Simplemente me quedé vacía.

La última vez que la vi, fue cuando se reconoció el cadáver. Estaba calmada, hacía años que no la veía así. Todos quisieron entrar, mi padre fue el primero en salir. Le puse una mano en la frente y me despedí de ella. Estaba helada, como tantas otras veces.

Y las lágrimas no salen. Y hay momentos en los que no puedo respirar. Y no tengo ganas ni de respirar, ni de pintar, ni de tocar. No escucho la música de siempre en la cabeza, sólo silencio.

No la escucho a ella cada día tras el "cómo estás?" al teléfono.

Mi padre sigue adelante. Supongo que estoy siendo fuerte por él y no deja de ser una fachada resquebrajada que da a un pozo vacío.

Ahora está mejor, ya no tiene dolores. Pero nosotros sí. 

Yo sí, aunque no sienta, seguiré viéndome a mi misma como una cáscara vacía observando en medio de una multitud llorosa cómo pasa todo.

Te hecho de menos.

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